Guerra avisada no mata soldado
La expresión “Guerra avisada no mata soldado”, cuyo origen permanece en los misterios de la historia, parece haber evolucionado desde la fórmula primigenia “En guerra avisada no muere soldado”. Los refranes son tan antiguos como la propia humanidad, brotan del habla popular y encapsulan una sabiduría milenaria. Esta anécdota humana, versátil en su aplicación, centra la sentencia como precepto preventivo; con la debida advertencia, podemos tomar las precauciones necesarias para evitar peligros y daños.
Lo que estoy diciendo no es nada nuevo ni un secreto para nadie. Más bien, es solo aplicar el sentido común. No obstante, parece que las instituciones, entre cuyas funciones está “garantizar la seguridad de la nación y el Estado dominicano a través de los mecanismos de inteligencia”, desconocieran esta realidad.
Cada año, para esta fecha navideña, la inseguridad abriga a la población dominicana de manera paralizante, sumiéndonos en un estado de indefensión ante una ola de atracos en su punto álgido. Hay que andar con cien mil ojos, escondiendo todo y cuidando nuestra propia integridad personal. Eso lo saben hasta los chinos de Bonao.
Conforme con la razón, el artista urbano Toxic Crow (Luis Enrique Caunavo Mesa), ha captado esta semana un aumento significativo en sus vistas y “likes” en las redes sociales, en esta ocasión no por su música o pleitos de faldas, sino por su video viral “Dominicano, no te dejes atracar”, que denuncia el aumento de la delincuencia y pide a las autoridades que tomen medidas enérgicas para combatir la inseguridad.
¿Cuándo nos hemos resignado a aceptar que la criminalidad sea una parte inevitable de nuestra vida cotidiana?
Nuestra realidad deja al desnudo numerosos interrogantes sobre un ciclo vicioso, claramente originado por un manejo que obedece más a la deficiente naturaleza operativa. Sin duda, dar un paso hacia la correcta función didáctica del artículo 256 de nuestra Constitución aplica una fase superior y garantiza el debido equilibrio y contrapeso para la estabilidad social.
Hablemos de la presencia de perfiles sospechosos sin respeto a ninguna norma de tránsito vial, encapuchados en las calles y cada esquina bajo las abrasadoras temperaturas del Caribe sin ningún tipo de control. ¿Cuál es el impacto de esta práctica en nuestra seguridad?
Si bien es cierto, los motoristas encapuchados nos convierten en actores secundarios involuntarios en sus fechorías, donde la violencia y el crimen se despliegan sin tregua, perpetrando asesinatos y asaltos a cualquier hora del día o de la noche.
En los últimos tres años, se han registrado más de 105,000 atracos, con un aumento significativo en el Gran Santo Domingo. En 2023, la tasa de victimización por delincuencia alcanzó el 24%. En 2024, la tasa de victimización por delincuencia en la República Dominicana se mantiene alarmantemente alta. La falta de transparencia en la información proporcionada por las autoridades genera mucha desconfianza entre los ciudadanos.
La semana pasada, apreciamos la aparición de nuestra ministra de Interior y Policía, Faride Raful, quien se convirtió en foco de atención dado que la Policía Nacional está enfrascada dedicando sus esfuerzos a lidiar con los ebrios y clausurar establecimientos de bebidas alcohólicas tarde en las madrugadas. Obviamente, el enfoque mediático son los horarios navideños. Con todo, la falta de comunicación y la percepción de injusticia, en vez de establecer el orden público, generan tensiones y conflictos entre los ciudadanos y la policía.
Nunca falta la gota de agua que rebosa el vaso lleno; la semana comenzó con la muerte de un militar a manos de sus propios compañeros, en pleno compartir social. Este año presenta una cifra de 15 muertes misteriosas en las instituciones estatales encargadas del mantenimiento del orden y la seguridad, resaltando la necesidad de una mayor supervisión y control dentro de las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional.
No nos llamemos a engaños, –que a la vez es disimulo–, la situación amerita medidas –con valentía y sin vacilaciones–, intervenciones con una narrativa más detallada y específica que calme los temores y ansiedades de una colectividad social que observa con espanto desde la impotencia.
¿No podría haberse zanjado un plan de acción para combatir la criminalidad especialmente antes de la temporada navideña, cuando los índices de delitos tienden a aumentar y preparar a los ciudadanos?
Garantizar la seguridad de un pueblo es casarse con la gloria. Sería injusto obviar que el Gobierno, al igual que los anteriores, no cuenta con una parte definitoria de ejecución de seguridad pública. Queda al libre albedrío interpretativo del Ministerio de Interior y Policía y las Fuerzas Armadas decidir cuándo una situación se ajusta a una definición particular.
El rechazo del pueblo no se hace esperar; nadie aguanta una muerte ni un atraco más. La criminalidad nos afecta a todos los estratos de la sociedad y requiere un análisis profundo y una acción decidida por parte de las autoridades. Estamos a años de luces de ser el país seguro que soñaron Duarte, Sánchez y Mella. ¿Quién sabe cuántas generaciones más tendrán que pasar antes de que logremos esa seguridad anhelada?
Aquí aplica una famosa frase de Shakespeare: “Siempre habrá alguien que haya dicho lo mismo antes, o que lo dirá después, y lo que es peor: mejor que tú. Lo peor es que no suceda.”