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SIN PAÑOS TIBIOS

Ítaca está en todas partes

Cae una lluvia torrencial en la Max Henríquez Ureña y aunque la Lope de Vega se ve cerca, estoy a años luz de alcanzarla. El tiempo es relativo en esta ciudad donde el absurdo adquiere proporciones de tragedia y lo que bien pudiera durar tres minutos, durará treinta. Soy Heráclito frente al río viéndolo fluir ajeno a todo, sólo que el río es el tapón y Parménides anda en sonata.

El plan de Dios es perfecto, y precisamente por eso dudo que en su plan hubieran tapones, o que el Supremo Creador concibiera a motoristas, sonateros o agentes de la DIGESETT como criaturas de su reino… porque de lo contrario, toda nuestra idea sobre su perfección estaría seriamente cuestionada; o quizás no, porque es sabido que todas las desgracias vividas por Job no fueron más que pruebas para validar su fe… o por lo menos, quisiera pensar que es así.

En el tapón recurro a Homero para que me muestre el camino, el guía de todos los sueños de mi infancia; y pienso que quizás el viaje era la razón de ser de todo lo narrado, de todo lo vivido; y aunque Homero está lejos, en realidad está cerca, pues bien supo Cavafis que el destino final era una metáfora, de ahí que lejos de conmiserarse por Ulises, vio en las tribulaciones de su viaje los motivos del viaje mismo.

Porque todo hombre sigue el camino que inevitablemente le conduce a Ítaca, de la misma forma que todos tenemos una Penélope que espera… y otra que desespera. Así que no importa llegar tarde, viejo o cansado a Ítaca, ya que arribaremos a su puerto en el momento en que estemos preparados para hacerlo.

Cavafis viviría horrorizado hoy día con esta inmediatez que lo quiere todo de inmediato; con ese ritmo de vida que nos obliga a hacerlo todo rápido; a comer, dormir, hablar, pensar, escribir, amar, desamar y volver a amar otra vez; pero rápido, de una forma que él, acaso el último griego clásico, no habría podido entender. Sobre todo él, compañero de Ulises en aquel peregrinar de veinte años, ese deambular sin fin por el mediterráneo sin apenas salir de Alejandría.

Ido Cavafis sólo nos quedó Montejo, ese venezolano de palabras perfectas que brillaban en sus poemas como escudos de cobre recién pulidos bajo el sol a las puertas de Ítaca; porque llegar allá es nuestro destino sin importar si queremos o no hacerlo; porque no hay forma posible de evadir ese destino escrito en la palma de nuestras manos “como una raya que se ahonda día tras día”. Por eso no tengo miedo y sigo pisando el freno y ratos el acelerador, en lo que este tapón sin fin me lleva a ninguna parte, mientras voy camino a Ítaca.