MIRANDO POR EL RETROVISOR
Cansados del “mareo” y el “bulto”
“Reyes o gobernantes no son los que llevan cetro, sino los que saben mandar” (Sócrates), “Buscando el bien de nuestros semejantes, encontramos el nuestro” (Platón), “El comienzo de la sabiduría es el silencio” (Pitágoras), “Si me engañas una vez, tuya es la culpa; si me engañas dos, es mía” (Anaxágoras), “Solamente es duradero lo que con la virtud se consigue” (Sófocles), “Todo está perdido cuando los malos sirven de ejemplo y los buenos de mofa”, (Demócrito), "Los tiranos se rodean de hombres malos porque les gusta ser adulados” (Aristóteles), “Toma para ti los consejos que das a otro” (Tales de Mileto), “Lo sabio es la meta del alma humana” (Heráclito), “El secreto de la felicidad está en la libertad” (Tucídides).
El decálogo que antecede son reflexiones de filósofos de la antigua Grecia, quienes contrario a lo que se cree, no vivían encerrados y distantes en un búnker de ideas y pensamientos.
Pese a esa búsqueda frenética de la sabiduría que los colocó muy por encima del ciudadano común, se preocuparon, no sólo por dar respuesta al origen del cosmos, sino de reflexionar sobre la vida cotidiana y el ejercicio del poder político.
Aunque la tradición los presenta como seres excéntricos y solitarios, muchos tuvieron un origen humilde que marcó su existencia. De ahí que su pensamiento mantiene una elocuente vigencia capaz de retratar la vida cotidiana de cualquier sociedad, incluso en la actual marcada por el uso extensivo de las modernas tecnologías.
Pasa igual con la filosofía popular que se ha formado al fragor de las carencias, limitaciones, frustraciones, olvidos, desatenciones, impotencia, desaliento, a la que también “hay que sacarle su moro aparte”.
Esas expresiones cargadas de desahogo popular los gobernantes suelen regularmente pasarlas por alto, quizás porque no provienen de un filósofo antiguo de altos vuelos, pese a que exponen el sentir cotidiano con igual autoridad y vehemencia.
La capacidad de la filosofía popular a veces no tiene parangón. Y le citaré un ejemplo, amable lector. El humorista Felipe Polanco (Boruga) expuso en una oportunidad con inusitada genialidad los múltiples y entendibles usos que dan los dominicanos a la palabra “vaina”.
“¡Qué vaina!”, “Cómo está la vaina”, “Pásame la vaina”, “Yo sé cómo es la vaina”, “No entiendo esa vaina”, “Se armó la vaina”, “No le aguanto vaina a nadie”, “Se jodió la vaina”, “No me eches vaina” y “Una vaina bien”.
Y en ese discurrir filosófico del ciudadano común se van tejiendo frases amparadas en objetos y situaciones para expresar su descontento y suspicacias ante quienes enquistados en el poder piensan que “se la están comiendo”.
De esa manera, en medio del cansancio y hartazgo social, el ciudadano “de a pie” muestra que está “jarto” y que no aguanta más “mareo” y “bulto” frente a demandas y anhelos insatisfechos.
Conversaba el jueves pasado con el fotorreportero José Alberto Maldonado sobre una información publicada en Listín Diario que denunciaba el robo de tapas de los filtrantes. Y coincidimos en que si rescatábamos una noticia vieja sobre el tema podía ser publicada con su imagen y tendría la misma vigencia, sin cambiar absolutamente nada.
Y precisamente busqué cuál fue la “reacción” de la Corporación del Acueducto y Alcantarillado de Santo Domingo (CAASD), cuando este diario publicó una información similar, en junio de 2022.
En esa oportunidad, la entidad presentó las nuevas tapas que serían colocadas en los registros sanitarios del Gran Santo Domingo para velar por la seguridad de la ciudadanía y la integridad de la infraestructura del alcantarillado.
La explicación ofrecida al respecto era que las nuevas tapas serían muy funcionales, construidas en fibra de vidrio reforzado y resistentes al tráfico pesado.
Además de que el material no sería un atractivo para los ladrones (fácil de identificar quienes son si se acude al destino final de las tapas robadas que son las metaleras) y de poseer un sistema de seguridad para evitar que sean sustraídas.
Y el punto más relevante de toda la información servida por la CAASD en aquella ocasión fue que el costo de cada tapa rondaría los 11,000 pesos la unidad y que serían adquiridas 2,000 para colocarlas en los tantos agujeros que ponen en riesgo la vida de peatones y conductores.
Hice el cálculo, 2,000 tapas a 11,000 pesos cada una sería una inversión de 22 millones de pesos, una cantidad insignificante si se compara con lo que gasta el gobierno en promocionar sus “logros”.
Dos años y seis meses después “ni señas” de esa solución que podría ponerle fin a un problema que va más allá de las tapas de los filtrantes. Solo hay que recordar que el machete en una estatua del general Máximo Gómez colocada en una importante intersección del país, hace mucho que fue robado, y del tiempo en que estuvo únicamente queda el ademán de su mano derecha vacía.
Si apelamos a la filosofía popular, el anuncio sobre las nuevas tapas para filtrantes fue una manera de “escurrir el bulto” ante una sentida necesidad de la población. Históricamente sabemos que otra forma de los gobiernos evadir un problema es nombrar “una comisión para estudiarlo”, incluso con informes rendidos de soluciones que terminan engavetados.
O la nueva modalidad de los funcionarios del actual gobierno de enviar cartas a medios de comunicación que se hacen eco de preocupantes denuncias ciudadanas para refutarlas, y al mismo tiempo, detallar en esas retóricas misivas lo que no hacen y lo que nunca ejecutarán.
La semana pasada una mujer compartió por redes sociales la impotencia que le ha causado constatar cómo ha subido su factura por el servicio de electricidad.
Casi al borde de las lágrimas, se quejó porque compromete recursos que podía usar para la manutención de sus hijos, en el pago de un servicio deficiente y cada día más caro.
Uno no quiere pensar que el gobierno esté comenzando a aplicar de manera administrativa la reforma fiscal que provocó un amplio rechazo social y que motivó posteriormente su retiro del Congreso Nacional. Sería una manera de imponerse por encima del clamor para que “suelten a la gente en banda” con tantos impuestos y cargas.
Los gobiernos pierden de vista que los filósofos populares saben que reciben un bono para resolver el problema de un día, pero están conscientes que el resto de su existencia es como cruzar “el Niágara en bicicleta”.
O que, aunque el gobierno concede un “bono luz”, pagan más actualmente por la factura que antes de recibir ese “beneficio”.
Quizás no alcancen la maestría y enjundia de esos grandes filósofos que nos legaron tan puntuales reflexiones del transcurrir de la vida y el ejercicio de la política, pero hay que prestarle atención a la filosofía popular que encuentra en el gracejo barrial la manera de expresar sus insatisfacciones y anhelos.
“Tamo cloro” que el dominicano siempre ha sido un ser humano “tranquilo quieto”, pero “cóntrale” si siguen dándole “cotorra” con tanto “mareo”, “pantalla” y “bulto”, un día se puede “armar la vaina”.