El dedo en el gatillo
Volver lleno de canas
Me preguntan las causas de mi regreso a Cuba en el verano de 2015, después de sacar de allá a mi madre en 2003.
Otros consideran que fue un acto de valentía motivado por una acción cultural que rescató las raíces de Oscar Torres, un cineasta dominicano que pudo escapar de aquel país cuando las palomas tenían el vuelo complicado.
Tal vez ambos puntos de vista tengan razón. No pertenezco al bando de los que ven pasar autos y gentes sentados al frente de su hogar.
Decidí volver, y me enmascaré como quien va a un negocio en busca de helados, y al siguiente, ametralla la heladería. Pero jamás he portado un arma. Me sobra la mirada enfurecida para leer a doble línea.
Sabía del trasfondo y lo advertí desde mi llegada al aeropuerto internacional “José Martí”: demasiadas sonrisas se movían a mi alrededor.
La simulación es un arte con valor de uso cuando uno sabe que las sombras pululan.
Hice mi trabajo lo mejor que puede y encontré aliados valiosos que me abrieron las puertas para concluir la investigación iniciada en San Juan, Puerto Rico, años atrás. Ellos sabían el riesgo de tratarme, pero aceptaron el reto. Tirios y troyanos se unieron una vez. Total, para una parte de aquel entorno, Oscar Torres no significaba nada, era un cineasta con ideas inaceptables para “el hombre nuevo”, y en su temprana muerte lo demostró. Algunos de los actores que trabajaron en sus filmes cubanos no respondieron a mis llamadas. Algunos, incluso, enviaron a terceras personas para intentar convencerme de una decrepitud incrédula en ellos. Era evidente que no querían hablar de más. Los episodios vividos del 11J de 2021, me dieron la razón.
Mi mayor sorpresa sucedió, años después, cuando leí un comentario de un historiador cubano de mucho prestigio. Este saludó la publicación y dedicó una reseña inolvidable en su blog personal. He intentado volver sobre ella pero no la he vuelto a encontrar, ni tengo noticias de su autor. Ese es precio de volver “con las nubes del tiempo rodeando mi ser”.
Algunas pasantes del Listín Diario cursan su maestría en España. Otras se mueven en áreas distintas, y las menos han contraído matrimonio con parejas honorables con las que han procreado hermosas criaturas.
A todas les escribo con regularidad. Sé de sus vidas y me piden consejos. Me siguen considerando el tutor que dejaron atrás que un día las llevó de la mano a Listín Diario a probar el fuego del periodismo.
En mi reciente visita a España, los cuatro primeros días que anduve por Madrid, contacté con algunas. En aquellos encuentros inolvidables no solo conocí las grandes avenidas, estatuas y museos que adornan el reino ibérico, sino también las callejuelas, entramados, bibliotecas públicas, sitios de interés histórico que conforman también la historia peninsular y que regularmente pasan inadvertidos para un turista que solo busca espectáculos diversos y emblemas señoriales.
Siempre escribo sobre el nuevo grupo de pasantes del programa Periodistas por un Año. De las nuevas caras veinteañeras que llegan a Listín Diario con la mente llena de sueños y fija en alcanzar una mejor preparación profesional. Lamentablemente, el currículo de algunas universidades dominicanas no incluye materias que renueven el oficio y se limitan a más de lo mismo. No es mi costumbre señalar buenas ni malas academias porque, en resumidas cuentas, el título no lo debe otorgar una materia impartida de forma superficial, sino la calidad y prestigio del profesor designado para impartirla. Existen muy pocos profesionales destacados para romper la rutina del diarismo y olfatear el talento del estudiante, estimularlo a continuar o a cambiar de carrera.
Este año, once pasantes (de ellas, dos en la redacción de Santiago) ya pertenecen las filas del periódico. Todas son muchachas inteligentes, brillantes y que apuestan por imponer la verdad desde la trinchera que les ha tocado defender. Me agradan porque hablan poco y se han dado su lugar: se esfuerzan en el trabajo del día a día como si tomaran un vaso de agua.
Ya no puedo llevarlas “a coger monte” en la famosa “guarandinga” que me asignaban en Listín para sacar de la ciudad a los muchachos para ver el otro rostro de su patria, donde vive, trabaja, estudia y sueña la inmensa mayoría de los once millones de dominicanos que comparten esta media isla.
Tampoco llegaremos a centros de producción e importantes empresas comercializadoras de bienes de consumo alimenticios y no alimenticios. Se suspendieron los “desayunos jóvenes” con invitados seleccionados por los propios estudiantes. Se clausuró el Cine Foro del Listín, con frecuencia semanal, realizado por los pasantes cuando este diario era solo impreso. Pero algo curioso nadie podrá borrar: en pocos días esta nueva promoción ya vive dentro una parte importante de mi ser, y ha demostrado ser capaz de enfrentar esta prueba de fuego. Compartiré con ellas de larga distancia, a pesar de trabajar, estudiar y sobrevivir a los apagones, taponamientos y jolgorios propios un tiempo donde todo tiene un precio superior y las palomas ya no comen maíz como antes porque los granos ya vienen en latas con un precio, y en su lugar esperan que algún que otro pensante les rocíe algunos granos de arroz, a veces mal cocido.