¡Estén despiertos, cuiden la esperanza!
La Iglesia católica realiza su peregrinación en el tiempo promoviendo, cultivando y viviendo la santidad conforme al Año litúrgico; el mismo, consiste en el desarrollo de los misterios de la vida, muerte y resurrección de Cristo, así como de las celebraciones de los santos a lo largo del año. Es un tiempo que se fija a partir del ciclo lunar, es decir, no se ciñe estrictamente al año calendario. En este período se celebran y actualizan las etapas fundamentales del plan de salvación. Son épocas en las cuales, la Iglesia invita a reflexionar y a vivir los misterios de la vida de Cristo. El Año litúrgico inicia con el Adviento, luego continúa la Navidad, la Epifanía, el tiempo ordinario (dos momentos), la Cuaresma, la Semana Santa, la Pascua, el Tiempo Pascual, Pentecostés y concluyendo con la fiesta de Cristo Rey. Próximamente estaremos iniciando el Adviento, que actualiza la espera del Mesías. El Adviento remite a los comienzos de la Revelación; es preparación para la Navidad, que se celebra en las tradiciones católica romana, protestante, ortodoxa y cristiana de otros países. La palabra latina adventus significa “venida”, y se refiere al retorno de Jesucristo. El Papa Francisco insta a aprovechar la ocasión de la gracia del Adviento para “purificarnos del sentido de superioridad, del formalismo, de la hipocresía y de la mundanidad”, y cultivar la interioridad, siguiendo la vía de la humildad. “Con Jesús siempre hay una oportunidad de volver a empezar”. “¡Él nos espera y no se cansa jamás de nosotros!”.
“Para acoger a Dios hay que ser humildes; hay que bajar del pedestal y sumergirse en el agua del arrepentimiento”. “El Adviento es un tiempo de gracia para quitarnos las máscaras y ponernos en fila con los humildes; para liberarnos de la presunción de creernos autosuficientes, para ir a confesar nuestros pecados, aquellos escondidos, y recibir el perdón de Dios, para pedir perdón a los que hemos ofendido”.
La exclamación que hemos de repetir con humildad, durante el Adviento, como una jaculatoria todo el día es: “¡Ven, Señor Jesús!” (Maranatha). Por ende, la actitud a practicar es la vigilancia, por consiguiente, el Señor repite a todos: “¡Estén vigilantes!”, “¡estén atentos a su venida!”, “¡vivan despiertos!”. “Vivir despiertos” significa no caer en el escepticismo y la indiferencia, despertar activamente la esperanza, vivir de manera más lúcida, no dejarnos arrastrar por la insensatez, vivir con pasión la pequeña aventura de cada día y despertar nuestra fe. Cuidar la esperanza no consiste en la reacción eufórica y optimista de un momento: es más bien un estilo de vida. Más allá de permanecer en el pasado, alimentando recuerdos y nostalgias; la esperanza, es un estímulo que impulsa a la acción. En efecto, quien vive con esperanza es realista, asume los problemas y las dificultades, pero lo hace de manera creativa, dando soluciones y contagiando confianza. Si el cristianismo pierde la esperanza, lo ha perdido todo. Jesús es nuestra esperanza. Aristóteles decía que “la esperanza es el sueño del hombre despierto”.