Vaticinio fallido de un izquierdista empedernido
En un artículo publicado en Listín Diario el 11 de enero de 2021, Leonel Fernández vaticinó que Donald Trump se convertiría en “una sombra del pasado, o en el mejor de los casos, en una pieza de museo”. Sin embargo, en mayo de este año, al ser entrevistado por este prestigioso diario, Fernández dijo que “no sería extraño que Donald Trump gane las elecciones”. Al hacer lo propio, el pupilo de Juan Bosch, se tragó las palabras que, en principio, fueron escritas por él de manera malsana.
Digo esto porque en el referido artículo, Fernández acusó a Trump de confeccionar y aplicar “una política racista” y ser “el principal provocador” de lo que las plataformas mediáticas del “establishment” denominan como “el asalto al Capitolio”.
Como es evidente para cualquiera que se dé a la tarea de estudiar lo que ocurrió en Washington, DC el 6 de enero del 2021, Trump no instigó a la muchedumbre a la violencia como sugiere Fernández Reyna en sus incendiarias letras.
Trump, en cambio, hizo una llamado a realizar una protesta “pacífica y patriótica” en virtud de las irregularidades que parecen haberse perpetrado en las elecciones del 2020 en Los Estados Unidos de Norteamérica.
Que de las decenas de miles de personas que se dieron cita en el discurso de ese día, unos cuantos centenares hayan entrado al Capitolio comportándose fuera de los parámetros de la protesta “pacífica y patriótica” que Trump, en principio, motivó, no es culpa de quien, en ese momento, era el presidente saliente.
Pero, como la narrativa izquierdista soslaya, con premeditación y alevosía, la verdad objetiva, Fernández, sin sonrojarse, se unió al coro de sus correligionarios y condenó a Trump por ejercer su derecho a la protesta por lo que entendía que fueron unas elecciones donde no se siguieron las mejores prácticas de eficiencia y transparencia.
Cabe decir que, así como Donald Trump protestó a la certificación de las elecciones en enero del 2021, Hillary Clinton hizo lo mismo en enero de 2016, y Al Gore en el año 2000. Pero, como Fernández tiene un vínculo de primer orden con los demócratas, - particularmente con Bill y Hillary Clinton - ese dato no fue puntualizado en su relato.
Lo que sí es en evidente para todo aquel que tiene ojos para ver es que la posición que tomó Fernández frente a lo ocurrido en Estados Unidos en enero del 2021 fue tremendamente hipócrita. Ello por el hecho de que en octubre del 2019 él mismo se encontraba frente a una entidad gubernamental protestando los resultados de unas elecciones primarias que, según él y sus seguidores, fueron fraudulentas.
En esa protesta recuerdo que Fernández, con una cachucha morada con el nombre “Bosch” bordado en amarillo, amenazó con “desempolvar el proyecto revolucionario”. El expresidente se refería, naturalmente, al proyecto marxista-leninista en el cual su maestro - Bosch - lo instruyó en su etapa de formación; ese mismo proyecto que ejecutó Castro en Cuba y Chávez en Venezuela; proyecto que - gracias a Dios - no se logró implementar en nuestra tierra en las décadas de la Guerra Fría, pero que, hoy por hoy, circunnavega cual espectro, explícita y subrepticiamente, bajo el rubro benevolente de “objetivos de desarrollo sostenible”, dentro del marco de la infame agenda 2030 que promueve la ONU junto a otras poderosas agencias internacionales y supranacionales en naturaleza; agencias que, desafortunadamente y con la anuencia de muchos de los líderes que nos gobiernan y que de nuestros impuestos un salario devengan, tienen presencia y mucha incidencia en los cuatro costados del territorio dominicano.
Retomando el tema central de este breve ejercicio escritural, además de argumentar en su artículo que Trump había escrito “el epitafio de lo que podría ser su sepultura política”, Fernández trata de desacreditar a Trump sugiriendo que el éxito empresarial que ostenta lo logró en virtud de una herencia multimillonaria.
Mas, ¿cuántas personas no hay que heredan millones y terminan drogadictos en los callejones o simplemente siguiendo el camino de menos resistencia consumiendo su riqueza?
No así Donald J. Trump quien convirtió una fortuna de cientos de millones en una de miles de millones, y se insertó en la política con mucho que perder en el ámbito pecuniario.
Hizo lo propio movido por un compromiso patriótico de proteger la integridad, seguridad y prosperidad de su gran país.
No obstante, Fernández ignora esa realidad y regurgita la mentira izquierdista de que Trump es un racista y divisionista.
Esa es, dicho sea de paso, la misma mentira que vocifera la comunidad internacional respecto del gobierno y del pueblo dominicano cuando tomamos cualquier acción en defensa de la soberanía de nuestra nación frente a la situación desastrosa que viven nuestros vecinos del lado occidental de la isla.
Fernández, de hecho, apalancando su influencia en organismos como la OEA y las Naciones Unidas, se ha pronunciado en varias ocasiones en favor del derecho que tiene la República Dominicana de defender su soberanía, y al hacerlo considera que emprende una acción patriótica. Sin embardo, según Fernández, cuando Trump procede en ese sentido respecto de Los Estados Unidos lo hace motivado no por patriotismo, sino por racismo.
Eso no es otra cosa que una vulgar hipocresía y, considerando el perfil político del expresidente Fernández, tengo a bien, en este espacio, ponerla de relieve públicamente. Ahora, más allá de la hipocresía y del desatinado vaticinio del continuador político de Bosch, la política estadounidense es en sobremanera relevante para el bienestar de nuestra gente porque es - querámoslo o no - el referente a partir del cual se hace, se deshace o se deja al margen cualquier proyecto de transcendencia en nuestra hermosa tierra de Quisqueya.
En ese orden de ideas, el autor de estas líneas entiende que para República Dominicana es mejor que Donald Trump sea presidente y no Kamala Harris ya que la línea política del primero nos daría pie, tanto a nivel local como global, para diseñar y ejecutar, entre otras cosas, un proyecto integral en defensa de la soberanía nacional al tiempo que fortalecemos nuestro aparato productivo en aras de balancear la balanza comercial que actualmente, y desde hace ya mucho tiempo, muestra un desequilibrio descomunal respecto de nuestros socios a nivel mundial.
A nivel regional, de hecho, nuestros países del Caribe, Centro y Suramérica podrían tomar ventaja de la política de Trump que busca desarrollar una mayor independencia económica de China, organizándonos en bloque para sustituir al gigante asiático en la provisión de algunos bienes y servicios.
Se cae de la mata que los países latinos tenemos la gran ventaja de tener una mayor cercanía tanto geográfica como cultural con los Estados Unidos.
Aprovechar el particular dependerá, en gran medida, de nuestra integridad moral, disciplina fiscal, soberanía nacional, arrojo empresarial, y entrenamiento tanto técnico como académico a nivel interno, así como de la visión política del o de la que ocupará la Casa Blanca a partir del 20 de enero del año venidero.