SIN PAÑOS TIBIOS

La impunidad también es eso

Existe evidencia arqueológica en muchas sociedades, en las que tras la muerte del líder se realizaban ritos donde eran sacrificados sus principales ayudantes, concubinas, guardianes, etc., para que pudieran servirle en el más allá.

Felizmente superados esos tiempos, llama la atención los actuales rituales del poder donde es el rey quien tiene que sacrificarse por sus ayudantes. O dicho de otro modo, que el presidente debe coger el deahtball por los funcionarios que no funcionan; como si la suerte del principal estuviera atada a lo accesorio, y no al revés.

Abinader salió airoso el pasado sábado del callejón sin salida en que se encontraba. Para alivio de muchos pudo –frente al abismo– calibrar los riesgos que implicaba el salto al vacío; y para desdicha de sus adversarios también, que querían verle entrampado en un Verdún impositivo, en donde ese otro final –predecible– les permitiría resurgir de las cenizas y posicionarse frente a la ciudadanía.

Sorteada la trampa, el presidente sigue adelante y habrá que ver si, pasado el amargo sabor del trago recién tomado, podrá asumir con convicción y firmeza el ineludible deber de dotar al país de un Pacto Fiscal que satisfaga a propios y extraños, y que cuente con endoso mayoritario.

Mal haría el gobierno en obviar que el problema mayor fue la forma, y que el fondo estaba atado a ella. Porque una reforma que no fue suficientemente debatida, discutida y socializada; que durante el proceso no fueron mostrados estudios que avalaran la pertinencia de las medidas propuestas, desde el análisis costo/beneficio en función de sectores afectados, etc.; podría ser otra reforma más, pero no el Pacto Fiscal que ordena la ley 1-12.

Pasado el ruido y devuelto el genio a su lámpara, cabe preguntar si la lucha contra la impunidad que ha llevado el gobierno se limita a la corrupción administrativa; o si debería incluir también –sobre la base de sus pobres resultados– a los funcionarios que desde el propio gobierno deslucen las intenciones presidenciales y condenan al fracaso sus mejores iniciativas con sus manejos, inobservancias y actitudes… a la par que siguen en sus cargos –sin consecuencias– y no pasa nada.

A 15 días de presentada la reforma y a dos de haber sido retirada, ni luce, ni suma apelar a que las iniciativas “no fueron valoradas por la población” o que la misma “chocó con la incomprensión de la sociedad”, como señaló el vocero de la presidencia extemporáneamente. Porque la discusión ya estaba cerrada; porque la sociedad no está en la obligación de entender, si la vocería gubernamental no está en la capacidad de comunicar.

Como siempre, los culpables son los otros, esta vez, todos nosotros. Una vez más, el presidente recibe otro golpe que no le correspondía, y no habrá autocrítica, ni renuncias, ni decretos; consolidando así una práctica que erosiona la base de legitimidad narrativa desde adentro… y así, hasta el próximo golpe.