Hipólito Herrera
Comenzar a trabajar es una de las experiencias cumbres de todo ser humano. Ese primer día, donde te haces o te crees que te haces hombre o mujer porque ya aplicas o comienzas a aplicar lo que has estudiado. Eso jamás se te olvida. Habría de tener quien esto escribe unos 22 años. Recién terminaba la carrera de Derecho. Llegaba a una de las oficinas más famosas del país, Pellerano y Herrera.
Llegaba a esa dirección de la John F. Kennedy, número 10 , aquel edificio verde. Recuerdo hasta el olor a nuevo del parqueo. Recuerdo que me sentí importante porque me revisaron por armas antes de subirme en el ascensor para llegar a lo que sería la famosa 4ta. En la recepción, me pasaron donde el Dr. Herrera. Llegaba a su presencia por una relación familiar. Llegaba a pedir trabajo. Aquel hombre parecía la calma hecha gente. La formalidad en persona. En parte calvo, rosadito y con los cabellos blancos como las nubes. Hablaba pausado y te miraba a la cara. Ese día lo vi, pero no lo conocí. No sé si era mi ansiedad por impresionar o que él ese día no estaba en hacerle caso a un muchacho ajenato. Los días pasaron, también los meses y par de años. Fui paralegal de esa oficina y abogado de litigios. Su hijo Quino que era mi supervisor junto con Luis Rivas, eran mis maestros en el derecho y más cosas que quizás algún día puedan contarse.
A todo esto el Dr. o Don Hipólito siempre estaba presente con sus sabios consejos o con sus chistes inteligentes. Sobre todo con bondad y decencia. Las pocas veces que trabajé con él directo algún caso hablaba poco, pero con una sapiencia que contradecirlo sería irreverente.
Unos días después de los 2 años fui a verlo, pues su tocayo de apellido Mejía se acaba de hacer Presidente y yo pretendía lograr irme a vivir a Francia. Esa conversación la atesoro en mi corazón. Fui a despedirme y conseguí un amigo para el resto de su vida y que estará conmigo el resto de la mía. Me habló del Estado de un modo que yo no imaginaba y que hoy como Director General de Aduanas me asombró de toda la razón que tenía. La historia de los aportes de Hipólito Herrera y Juan Manuel Pellerano al derecho dominicano y a nuestra institucionalidad están ahí y no necesitan presentación. Su trabajo como mutualista, banquero y mediador desde la Asociación Popular de Ahorros y Préstamos, deberá algún día escribirse como modelo de responsablidad empresarial. Pasarte 50 años en el derecho y en la banca y que no exista un párrafo en tu contra. Además, haber acumulado un importante patrimonio que hoy tus hijos heredan y multiplican sin ser presos de ningún escándalo.
Con el paso de los años he sido hermano de dos de sus hijos. Hasta abogado he sido de Quino y Tao, personajes que heredan sobre todo la alegría y la bonhomía del padre. Pitri, otro de sus hijos, cocina como nadie en este país. Su familia es su testimonio más acabando. Los países son la suma de su gente. Creo en la grandeza de la República Dominicana por hombres como Hipólito Hererra Pellerano. Hoy vemos hombres y mujeres egresados de esa oficina, que el y su socio guiaron y ahora lideran sectores importantes de nuestra sociedad. Puedes pensar en un César Dargam, Paíno Henríquez, Johanna Bonnelly, Federico Llovine, Jorge Méndez, Sigmund Freund, Napoleón Estévez, Amaurys Vazques, Odile Miniño, Juana Barceló, Leonel Melo, Marielle Garrigó, entre muchos otros. Las empresas que fundó son todavía punteras en nuestra economía. Ya en sus años finales lo vi y hablamos de política.
Me ayudaba en las campañas que participaba con dinero si, pero más con consejos. De Luis Abinader me llegó a decir: “Yayo, ese muchacho tiene más en la bola de lo que se ve”. También en eso tuvo razón. Don Hipólito era como dicen mis hijos un “crack” o el verdadero GOAT. Siempre digo que Mariano Sanz, mi papá es mi héroe fundamental, pero don Hipólito no va lejos. Dios gana en el cielo. Nuestro país pierde para que Jesús tenga mejor compañía. Descanse en Paz verdugo, que usted se lo ganó. ¡Vamos!