¿Qué blindamos ahora?

Cada cual tiene sus embobamientos más o menos culpables y yo reconozco sentir uno grave por la cultura francesa. Ni siquiera aquel agudo y divertido panfleto Contra los franceses de mi añorado amigo Manolo Arroyo logró despertarme de mi sueño dogmático. Todo lo que viene de Francia me parece superior y envidiable… salvo el jamón de Bayona. 

¡Y mira que he tenido ocasiones de desengañarme! Me fascinó la lucidez escéptica de la prosa de Voltaire pero luego tuve que tragarme a Derrida, a Lacan y hasta a Alain Badiou (a éste ya poco, lo admito). Disculpaba las diatribas contra los franceses de Cioran porque sobre todo se refería a los parisinos, que pese a la dicha de vivir en París se las arreglan para amargarse ostentosamente la existencia.

He admirado su liberté de costumbres -¡nadie podrá curarme de las francesas!- y de expresión, aunque el caso Matzneff, junto a las inquisidoras Annie Ernaux (con talento) y Virginie Despentes (sin ninguno) me han hecho vacilar en mi entusiasmo. Y Louis Malle o Jean-Pierre Melville no son John Ford, desde luego, pero están mejor que la media europea. Incluso Macron, fíjense en mi empecinamiento, me ha gustado hasta ahora más que los demás gerifaltes de nuestra decadente Europa. Con panache y un poco de gloriola pero a fin de cuentas simpático… comparado con lo que tenemos en casa.

Pero resulta que ese mismo Macron que se había ganado todo mi afecto sugiriendo que antes o después habría que mandar tropas de la Unión Europea a defender Ucrania contra Putin se ha empeñado en convertir el aborto (legal en Francia desde 1975) nada menos que en un derecho constitucional. Y muchos franceses y sobre todo francesas muy contentas con el disparate. Lo que cuenta no es tener acceso libre y regulado, como ahora, a una solución de último extremo que a nadie puede resultar agradable sino flamear otra bandera contra la reacción, o sea contra quien no piensa lo mismo que nosotros.

Las constituciones deben blindar libertades y valores en los que se basa la ciudadanía que compartimos, no opciones ideológicamente controvertidas que hieren la sensibilidad moral de buena parte de nuestros compatriotas. Lo ha explicado muy bien Pablo de Lora en un artículo publicado en este mismo diario: Del dereho ºal aborto de los derechos.

Puestos a blindar hasta el fin del mundo, ¿por qué no blindar la vasectomía para ser plenamente feministas y que no recaigan sobre ellas todos los malos tragos con que la naturaleza castiga nuestros placeres? ¿O el derecho a la prostitución y que se fastidien los remilgados abolicionistas? A todo esto cada vez hay menos niños y más señoras paseando felices su perrito. Mal, trés mal, mon cher Macron. 

«Lo que cuenta no es sino flamear otra bandera contra quien no piensa lo mismo que nosotros»

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