enfoque
La ecuación de la fe: F=pe2
No existe ecuación más abarcadora en la física de hoy que la formulada por Albert Einstein, la famosa E=mc2, donde E es la Energía del universo que proviene de la m, que es la Masa, cuando esta última se mueve o es lanzada a c2, es decir, a la Velocidad de la Luz (300,000 Kilómetros por segundo) al Cuadrado (2).
Independientemente de que no estimamos posible de forma algebraica factorizar todas las variables que componen la Fe—en tanto es un misterio—sí creemos posible que si aplicamos de forma razonable la “Navaja de Ockham”, procurando simplificar hasta llegar a lo esencial, podríamos formular heurísticamente algunas hipótesis, que aunque todavía no son científicamente demostrables, sí darían lugar a determinadas formulaciones interesantes.
En ese sentido la Fe, parafraseando a Einstein, también tendría su propia ecuación, nos explicamos: F=pe2. Donde F es la Fe que impulsa una civilización que se genera con p, que es la Paciencia, que, de acuerdo a la acepción teológica academicista, es la capacidad de soportar con fortaleza las pruebas, trabajos y padecimientos propios de la existencia, cuando esta es asumida con e2, que es la Esperanza proyectada a la Velocidad de la Luz al Cuadrado (2) por la dinámica de la oración incesante que aplana valles y mueve montañas.
En la Paciencia está aguantar y en la Esperanza soñar. La fuerza viene del temple del carácter y la Esperanza de la imaginación fecunda que, con determinada determinación, trasciende la urgencia del momento. La Paciencia se asemeja a la Masa, que luce inerte, pero que cuando se potencia con nuestra capacidad de anhelar, entonces tiene lugar y ocurre lo impensable hasta ese momento. El espíritu levanta las alas y, a la velocidad de la luz al cuadrado, busca las estrellas activando una energía cósmica que hasta entonces se tenía por desconocida. Aparecen pues, para la especie humana las fuerzas para ordenarle a un árbol: “Arráncate y plántate en el mar”.
Entonces, sería válido que, así como una minúscula cantidad de Masa (m) multiplicada por la Velocidad de la Luz al Cuadrado (c2) contiene una increíble cantidad de Energía, si tuviésemos Fe, del tamaño de un granito de mostaza haríamos cosas inimaginables. No andaba lejos Mahatma Gandhi cuando afirmaba que el perdón, por ejemplo, tiene el poder de varias bombas atómicas.
Solo con esta Fe pueden multiplicarse cinco panes y dos peces para darle de comer a una multitud de cinco mil hombres sin contar mujeres y niños, aplicando una formula simple, divina y hasta entonces poco usual: a) en primer lugar, que un muchacho aportara los pocos panes y peces que tenía, b) que Jesús de Nazaret tomara los panes y los peces, c) que levantara los ojos al cielo, d) que pronunciara la bendición, y, e) que a seguidas, partiera los panes, los entregara a los discípulos y estos a su vez a la multitud.
Queda muy claro, en este ejemplo, que lo materialmente exiguo, si lo compartimos de buena fe, aunque aparentemente no alcance y si tiene un buen propósito—podría alimentar una muchedumbre—siempre y cuando levantemos los ojos al cielo y bendigamos, ya que este orden de los factores tiene el poder de multiplicar exponencialmente la suma de lo poco que tenemos.
Sobre estos misterios, el jesuita “Pierre Teilhard de Chardin, SJ” en su “Himno a la materia”, (1919), llega a declamar:
“Bendita seas, poderosa Materia, evolución irresistible, realidad siempre naciente, tú que haces estallar en cada momento nuestros esquemas y nos obligas a buscar cada vez más lejos la verdad.”
“Bendita seas, universal Materia, duración sin límites, éter sin orillas, triple abismo de las estrellas, de los átomos y de las generaciones, tú que desbordas y disuelves nuestras estrechas medidas y nos revelas las dimensiones de Dios.”
¿Nos preguntamos nosotros de qué curiosidad esperanzada estaría constituida la decisión de Zaqueo, jefe de publicanos, y rico—el hombrecillo del Evangelio—que por su poca estatura se treparía a un árbol de sicómoro para ver pasar a Jesús, por las calzadas de Jericó?
Todo para que el Divino Caminante lo alcanzara a ver y le dijera: “Zaqueo baja pronto que hoy es necesario que coma en tu casa”. Y el enanito descendiera a toda prisa para recibirlo gozoso en su hogar, donde al final se produjo el milagro de que el mismo Zaqueo formulara y proclamara, la ecuación matemática más perfecta para alcanzar una justicia distributiva, con bienes de dudosa procedencia, de que se tenga históricamente conocimiento.
Y, frente a las dudas de sus vecinos y críticos, que lo conocían como un notable pecador, Zaqueo, resueltamente, le dijo al Nazareno:
“Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y a quien le haya exigido algo injustamente le devolveré cuatro veces más.” (Lucas 16-8).
La Fe reparadora en bienes, y proclamada por este pequeño gigante de la escritura, desenlazó un poder más grande que el interés compuesto, que al mismo tiempo determinó que por su decisivo arrepentimiento, Zaqueo alcanzara la Salvación de su alma.
Por otra parte, ¿Sería válida la formulación de Creo, luego existo?
Aunque dudemos de este atrevimiento conceptual, nos permitimos afirmar que si bien, absolutamente válida podría no ser, cuando menos debemos aceptar que “somos” lo que somos en toda su plenitud, cuando creemos serlo. Yo sé quién soy, dice El Quijote. A esto le llamamos la identidad que define el Ser o no Ser. Eres, porque crees que lo eres. Y, sabiendo quién eres, estás preparado para cumplir esa misión que es única, tuya y de nadie más. Solo así dejarás tú la huella de una impronta inconfundible en este mundo. ¡Entonces... verdaderamente existes!
Agustín de Hipona, no dudará por su parte en afirmar: Crede, ut intelligas, “Cree, para conocer”. La verdad, según él, es revelada a la persona humana por la acción infusa del Espíritu Santo, que esclarece el entendimiento de los creyentes con ideas eternas.
El general Charles de Gaulle, nos habla con bastante propiedad, en su obra “El filo de la espada”, de la presciencia, tan necesaria para los estadistas, y que consiste en determinada aptitud para saber e intuir por cuál camino enrumbar, y de esta forma evitar que el hombre de Estado se desbarranque por la vanidad del efímero titular de un día, y propiciar que avance hacia la inmortalidad que producen las acciones correctas aun cuando no sean comprendidas en ese momento.
Don Miguel de Unamuno llegaría a decir: “La fe es la fuente de la realidad, porque es la vida; creer es crear.”
La pesca milagrosa, narrada por el evangelista Lucas (5,4-6), se hizo posible con mucha paciencia (p) para pasar una noche completa en vela lanzando las redes al mar sin pescar nada, hasta que finalmente por el acto esperanzado y al cuadrado (e2)—decimos nosotros—de volverlas a lanzar por la Fe en la palabra de Jesús, quien le mandaba a remar mar adentro y echarlas de nuevo, se produjo el prodigio que San Lucas narra de la manera siguiente:
“…dijo a Simón. Lleva la barca mar adentro y echen las redes para pescar.”
“Simón respondió: Maestro, por más que lo hicimos durante toda la noche, no pescamos nada; pero, si tú lo dices, echaré las redes.”
“Así lo hicieron, y pescaron tal cantidad de peces, que las redes casi se rompían.”
Por todo esto, lector, lectora que has tenido la paciencia de seguirnos, a ti te digo, que esta es… y no otra: la ecuación de la Fe.
Finalmente, podemos afirmar, que no hay que ser Einstein para llegar a la conclusión de que la Fe puede salvarnos de infinidad de situaciones y de muchos infortunios. Y creer además, imitando al patriarca Abraham, Padre de la Fe, que por creerle a Dios, salió de la ciudad de Ur de los caldeos… y le fue computado en justicia.
Y admirar a Juan Pablo Duarte—que creyó contra toda esperanza que la República Dominicana sería libre e independiente—, de donde, no hay dicha más grande, ni más inmensa que enfrentar la vida, con infinita paciencia y con el fervor de una esperanza que nos lleve a conquistar lo que trasciende las estrellas.
A vivir por la Fe, para crear un mundo nuevo y celebrar la vida con activa paciencia y una esperanza redimida, que no es más que Fe… porque Fe es: F=pe2 .