SIN PAÑOS TIBIOS
La coherencia como virtud política
Admitamos que Maquiavelo se habría reído del título porque implica una concepción inocente de la política, pero reconvengamos que es vieja la discusión entre quienes creen que en política uno se debe a las circunstancias y se hace lo que se puede, y que no obligan los juramentos que en determinado momento se hicieron, si son excusas para limitar o perder el poder.
Si analizamos la coyuntura con la indiferencia propia de un forense, y olvidamos que en 2015 Danilo Medina se desdijo de sí mismo cuando anunció al país que modificaría la Constitución de 2010 con el único fin de reelegirse; tiburón podrido aparte, olvidemos también los aprestos de 2019 de intentar nuevamente la aventura reeleccionista, maniobra que no fue posible por la llamada de Pompeo (llámele “injerencia”, que también aplica), y no por el famoso candado ese del que todos hablan… que de materializarse el intento habría servido de poco.
Ensimismado con la visión panóptica de su ombligo, el PLD salió una semana más tarde a fijar posición en torno a la propuesta de reforma constitucional depositada por el presidente; y lo mismo le preocupó el fondo que la forma, pues lejos de salvar el retraso en la declaración con contenido y sustancia, y así romper la percepción ciudadana de que el partido está atento a cualquier cosa, menos a lo que hace el gobierno y a los problemas de la gente; o peor aún, de utilizar su enorme bagaje de recursos humanos especializados y competentes para asumir un rol opositor más beligerante, optó por matar el mensaje con el mensajero.
De todos los posibles voceros del partido, en el momento crítico en que se necesita de una oposición que compense su nulidad legislativa –en términos cuantitativos– con propuestas discursivas creíbles y convincentes que despierten en la gente la necesidad de estar alertas y no permitir que el gobierno juegue solo en la cancha –por aquello de los contrapesos–, el PLD hizo que su presidente leyera la declaración del partido donde decía –básicamente– que la reforma constitucional “no constituye una prioridad nacional en estos momentos” y que la misma es una “estrategia propagandística” que busca “enaltecer con un afán enfermizo la figura del presidente”, etc.
Sin entrar en la pertinencia o no de las afirmaciones, vale más quedarse en la coherencia discursiva de quien lo afirma, pues en 2015, Medina no sólo demostró que era capaz de violar su palabra y los acuerdos de Juan Dolio, sino de hacer de su obsesión personal por la reelección, una prioridad nacional.
En una época donde la ciudadanía desconfía de los políticos y valora más la coherencia que la simulación, el PLD perdió una oportunidad de oro de posicionarse frente a la sociedad como un referente opositor creíble, y, en vez de elegir la épica prefirió la farsa… género muy afín a la tragedia.