El agente y la reforma policial
“Hay que ser remero antes de llevar el timón, haber estado en la proa y observado los vientos antes de gobernar la nave”. -Aristófanes-
Los policías, a diferencia de lo que sucede en otras profesiones, salen diariamente a las calles a arriesgar sus vidas y mantener el orden. En el actual proceso de reforma de la Institución, ha reaparecido la figura controversial del “abuso policial”. Obrando con buenas intenciones, se debe evitar la inserción de temores que le impidan el ejercicio efectivo de sus funciones al policía cabal.
Independientemente de la profesión u oficio del ciudadano, este debe ser respetado. Ese aspecto conlleva reciprocidad, incluyendo el cumplimiento de ciertas reglas de seguridad ciudadana.
La seguridad pública depende de la acción del agente policial, el que suele recibir insultos y agresiones de ciudadanos hostiles. Ello se debe a que, tras subir a las redes sociales la actuación del policía -presentada de forma sesgada y parcial-, el policía podría ser sancionado sin derecho a una defensa justa.
Los avances pueden ser entorpecidos por la falta del entrenamiento y la orientación adecuados y del empoderamiento de sus líderes. Los directores y comandantes policiales deben ser designados gracias a su vocación y aptitud, demostradas en una efectiva “evaluación de desempeño” y sus actuaciones no deben circunscribirse a permanecer en el cargo.
Los aumentos de sueldos y las conquistas laborales de los policías son fundamentales, no suficientes para lograr resultados satisfactorios. Tampoco alcanza -aunque ayuda- la constante presencia de la Autoridad Suprema con funcionarios civiles y militares de alto nivel a su lado.
La seguridad de tener comandantes responsables e íntegros, que dan la cara por los subalternos que actúan en forma acertada, sin sobrepasar los linderos de la ley, ofrece la indispensable confianza.
Hay que seguir extirpando el vicio para bien de la virtud. Los compromisos del poder deben ponderarse -con la seguridad ciudadana ante todo-, para evitar que, a pesar de las grandes inversiones del Gobierno, todo quede en quimeras de poetas. Es vital contar con timoneles competentes y sensatos.
La estrategia de comunicación de la Policía no debe basarse en el populismo surgido del consejo de “expertos” en manejo de crisis. Máxime si carecen de la capacitación y la experiencia en seguridad pública -aunque usen uniformes- y se basen en la lectura de libros e información de Internet.
Ello equivaldría a entregar manuales de medicina a un avezado artillero y luego poner en sus manos un bisturí para que realice cirugías a corazón abierto en un quirófano.
Es fundamental que el buen policía sea defendido y que el mal policía sea sancionado en función a la magnitud de la falta. De ahí la importancia de que especialistas formados en el seno del aula, los destacamentos y departamentos investigativos policiales, apoyados en profesionales de otras áreas relacionadas, esculpan agentes disciplinados y serviciales, inculcándoles un alto sentido de integridad y de compromiso con el país.
El policía debe recibir un salario digno, lo que ya se ha ejecutado en alta proporción. Ello no impide -naturaleza humana mediante- que el uniformado piense en aceptar un soborno. Se necesita la supervisión constante, sobre todo con la sabiduría de un Inspector General y de un probo y eficiente departamento de Asuntos Internos, apoyados por un correcto y experimentado director de la Policía.
No se debe ser bueno ni malo, sino justo al evaluar el desempeño del policía. Cuando sus actos de servicio contribuyan a construir una sociedad más segura preservando nuestros valores, debe ser reconocido, motivado y apoyado en los momentos difíciles. Cuando así no lo hiciera, debe ser castigado en forma proporcional al desvío de las normas.
El “síndrome de brazos caídos” ha contaminado hasta a la Policía de países desarrollados. En nuestro caso, permitirlo sería algo funesto para la paz y el desarrollo. De ahí la importancia de que la reforma policial -bien concebida-, alcance sus objetivos.
La simple determinación de que el uniforme policial sea regulado, aunque se requiere de una inversión de fondos públicos, constituiría un alto valor agregado, ya que el uso del mismo generaría la sensación de pertenencia institucional con objetivos en común. Psicológicamente, el miembro se sentiría integrado.
El uniforme es un accesorio que, bien portado, representa respeto ante el ciudadano, mostrando el orgullo de formar parte de una organización enfilada a una imagen institucional cada vez más fortalecida con un color y un símbolo.
Desde hace poco recordamos al policía con una indumentaria diferente al militar, con su placa numerada, su pistola, pito y macana de reglamento. Con la tecnología, se podrían agregar las armas no letales, bastón eléctrico, chalecos antibalas y cámaras corporales.
Sin dudas, se deben fortalecer los equipos para acciones especiales con armas potentes y un entrenamiento superior en función a las nuevas amenazas del mundo actual. Entre ellas, las provenientes de las bandas criminales (sobre todo narcotraficantes) dispuestas a cometer los peores crímenes, y equipadas con pertrechos de guerra.
La seguridad física y la dignidad del agente en servicio son vitales para una reforma policial integral y adecuada a estos tiempos convulsionados.