Lord Juan
Cuando Schopenhauer acabó de escribir El mundo como voluntad y representación aún no había cumplido 30 años. Convencido de que su obra supondría una revolución intelectual no menor que la de Newton decidió viajar a Venecia y esperar tranquilamente en aquel incomparable decorado a que el retumbar de su fama se extendiera por Europa. Como sabía que Lord Byron, el poeta al que más admiraba, vivía por entonces en la ciudad de los canales, se pertrechó con una elogiosa carta de presentación para él escrita nada menos que por Goethe. Además de por lo insólito de su urbanismo, Venecia era famosa por la abundancia de mujeres bellas y complacientes.
El joven Schopenhauer era misógino en la teoría, pero en la práctica pocas cosas le gustaban más que las mujeres, pese a haber revelado con todo detalle en su libro el miserable secreto de la atracción sexual. De modo que al poco de llegar a Venecia ya estaba liado con una bonita joven de virtud no demasiado intimidatoria cuyo nombre prometía cualquier cosa menos estabilidad: Teresa Fuga. Cierta tarde paseaba con ella por el Lido cuando les rebasó al galope un apuesto jinete, de camisa blanca abierta hasta el ombligo y cabellera al viento. Entusiasmada, Teresa exclamó: «¡Mira, Arturo, el poeta inglés!». Era Lord Byron, del cual entre unas cosas y otras -sobre todo otras- Schopenhauer no había vuelto a acordarse. El arrebato de su amante bastó para que decidiese no frecuentar al famoso aristócrata del que hablaba toda Venecia, los hombres rezongando y suspirando las mujeres. La carta de Goethe fue directa a la papelera y el joven filósofo renunció a conocer a su ídolo «por miedo a los cuernos», como años más tarde él mismo reconoció. ¡Ay, los filósofos!
Lord Byron dedicó la mejor parte de su breve pero muy fecunda vida a crear su personaje, un héroe romántico que fue poeta (y admirado por sus más distinguidos contemporáneos), aventurero, rebelde, amante promiscuo capaz de escandalizar a libertinos acreditados, revolucionario, ateo o más bien antirreligioso en una época en que esto constituía el más execrable «negacionismo…»
Y además fue aristócrata y par del reino, como si quisiera burlarse de los que le odiaban por no tener más remedio que admirarle o envidiarle, que viene a ser lo mismo. Encarnó una figura sin par opuesta al mundo en que vivía y por eso mismo representó a su época mejor que nadie. Mucho antes de que existieran los medios de autopromoción que hoy están al alcance de cualquier chiquilicuatre de los que se hacen millonarios anunciando zapatillas, él alcanzó una celebridad a la par artística y erótica, lo que hoy buscan tantos.
En la época en que se cruzó en Venecia con Schopenhauer ya estaba escribiendo Don Juan, su obra mayor, una especie de autobiografía poética que quizá por haber elegido esa forma se libró de la quema que sus Memorias (¡quien las pillara!) merecieron por decisión de parientes obtusos y puritanos, perdón por la redundancia. Don Juan es una pieza extraña, muy moderna en su complejidad y provocativa falta de compostura. Es la obra de un arrogante de talento inusitado (y consciente de él) que se burla de este mundo y del otro, pero empezando siempre por sí mismo. Es un poema a la vez narrativo (y muy entretenido, por cierto), satírico, que practica la crítica literaria despiadada sobre eminencias de la época como Southey, Coleridge o Wordsworth pero tampoco se priva de la denuncia social, sin que ello impida que a veces ceda a la tentación lírica. Un poema que permanece inacabado porque en una obra de tal ambición lo justo es que la vida se acabe primero.
Hasta ahora Don Juan no tenía una traducción al castellano completa y fiable. Pero asunto resuelto, en Penguin clásicos contamos ya con una edición inmejorable de Andreu Jaume. Los versos del bardo inglés están traducidos en una prosa que nunca nos permite olvidar que estamos leyendo una obra poética. El humor, la malicia, el erotismo de la vida trepidante del burlador (que en este relato padece más seducciones de las que ejerce) conservan toda su gracia pero inteligentemente accesibles.
La traducción de Jaume no es efectista sino efectiva: lo revela todo sin hacerse notar, como la dirección en una película de John Ford. Ustedes, que son ante todo lectores (si no es así, apártense y no obstruyan el paso, por favor), sabrán ya en que compañía planean pasar este verano. Si admiten una sugerencia, junto a su preferida no olviden incluir este regalo literario de Gordon Lord Byron.
"Mucho antes de que existieran los medios de autopromoción, Lord Byron alcanzó una celebridad a la par artística y erótica"