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OTEANDO

Otro, el apellido de moda

En un spot publicitario de una entidad financiera, vi un personaje que dice tener por apellido la forma, a veces adjetival, otras pronominal, “Otro”. El spot discurre destacando la actitud irresponsable e indiferente –hoy casi generalizada– con la que los dominicanos venimos evadiendo cumplir con nuestros deberes cívicos, dejando todo lo que nos toca hacer a otro: que otro recoja la basura que lanzo. Que otro apague la luz que enciendo. Que otro denuncie al traficante. Que otro proponga el proyecto de ley que podría significar el freno a lo indebido o el estímulo a lo correcto. En fin, que sea otro quien se ocupe de lo que generaría el bien común, porque lo mío es ocuparme solo de lo mío, y nada más. Y me puse a pensar, ¿desde cuándo nos fuimos sumergiendo en esa práctica egoísta que tiene como referente la otredad no como referente ontológico de la mismidad –ya lo decía Enmanuel Lévinas: “siendo los otros, es como llegamos a ser nosotros mismos”–, sino como simple instrumento al servicio del espíritu utilitarista que activa nuestra “convivencia” social?

¿Saben desde cuándo? Desde que el Estado, ese ente llamado a ser paradigma señalador del camino a seguir, de las conductas a observar, hizo suya la locución verbal “¡sálvese quien pueda! Aclaro –como siempre me toca hacer– que con el término Estado no me refiero en modo alguno al Gobierno, ni mucho menos al actual, sino a los tres poderes que lo componen y a los órganos extrapoderes que lo complementan. Pero, sobre todo, aclaro que el mal es estructural, imposible de conjurar si los ciudadanos no empezamos a ver el Estado desde otra perspectiva. Porque quienes llegan al Estado son productos políticos de la sociedad que hemos construido y los valores que enarbola. Esto nos convoca a una gran cruzada por una sociedad activada a partir de valores de sana inspiración. Con todo, se puede afirmar que hay muchos con buenas intenciones, cuyas vocaciones se ven interferidas por las de algunos ineptos. De tal suerte, que se perturban las posibilidades de avance, factor que conduce a las personas al sentimiento de desprecio por todos (buenos y malos), con una resolución final: no tengo razones para preocuparme por el destino de nadie si nadie se preocupa por el mío. Mis acciones orientadas al bien colectivo o a la cooperación social están condenadas, cuando no al fracaso, a la insuficiencia. Que coopere “Otro”, solo me es útil pensar en mí mismo.

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