Las personas no son mercancía
La historia de la trata de personas es antigua y actual, a la vez. La misma Palabra de Dios recoge, en Génesis 37,27 la experiencia de José el hijo de Jacob: “En vez de eliminarlo, vendámoslo a los ismaelitas; al fin de cuentas, es nuestro propio hermano”. Cuando los madianitas llegan a Egipto, José es comprado por un hombre llamado Potifar y su esposa, colocando a José en la peligrosa situación de estar a disposición de su amo y de su señora. Al ser esclavo, José no tuvo derechos ni modo de apelar cuando fue acusado injustamente por la esposa de Potifar. De hecho, es calumniado y encarcelado. Lo extraordinario de José es que, como sobreviviente de la trata de personas, no pierde su fe y habla de perdonar sus hermanos. Él pasa de ser el “hijo favorito” a ser un “esclavo traicionado”. Y le promueven llegando a ser la “mano derecha del faraón”. Irónicamente, los propios descendientes y familiares de José terminan siendo explotados como esclavos en la misma nación donde él fue vendido por sus hermanos.
Historias similares se registraron en Europa, en América y en África misma, con africanos. Hoy se verifican las mismas prácticas en todo el mundo, llamándole “esclavitud moderna”. El Vaticano II en la Constitución Dogmática Gaudium et Spes (Alegría de la esperanza), numeral 27, expresó su preocupación sobre la trata de personas: “la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; o las condiciones laborales degradantes, que reducen al operario al rango de mero instrumento de lucro, sin respeto a la libertad y a la responsabilidad de la persona humana [...] son en sí mismas infamantes”. La Iglesia continúa expresándose; por ejemplo, en enero de 2019 publicó el documento: “Orientaciones pastorales sobre la trata de seres humanos”, cuya lectura recomiendo. El Papa Francisco está convencido de que “aunque tratemos de ignorarlo, la esclavitud no es algo de otros tiempos”, es actual y mundial.
Otro acto significativo de la Iglesia, protagonizado por el Papa Juan Pablo II, fue la designación de Santa Josefina Bakhita, como patrona de las víctimas de la trata, la cual fue esclavizada en su natal África, padeciendo golpes y trabajos rudos hasta que finalmente obtuvo su libertad judicial en Italia e ingresó al convento de las Hijas de la Caridad de Santa Magdalena de Canossa, donde vivió como religiosa hasta su muerte en 1947, beatificada en 1992 y luego canonizada en Roma por Juan Pablo II, el 1 de octubre del año 2000.
La respuesta cristiana sobre la trata de personas es contundente, la encontramos, también, en la Encíclica Fratelli Tutti, número 77: “Seamos parte activa en la rehabilitación y auxilio de las sociedades heridas. Para ello hay que reconocer la dignidad de todas las personas y trabajar por sus derechos, comprometiéndonos con el bien común”. La Trata de Personas, dice el Santo Padre, es un “atroz flagelo”, una “plaga aberrante” y una herida “en el cuerpo de la humanidad contemporánea”.