EL BULEVAR DE LA VIDA

El pacto fiscal y mis tesoros

El pacto fiscal, como los grandes amores de verano, es inevitable. Hagan memoria. Usted la encuentra “a la izquierda del roble” en el Botánico, la saluda, y ya está perdido, “Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles”, pero resulta que también en la economía existen otras mitologías. Cada sector tiene las suyas a cargo de un nigromante, alquimista, hechicero o taumaturgo.

El pacto fiscal es impostergable porque para cumplir con sus obligaciones el gobierno necesita 250,000 millones de pesos. Algunos sectores tendrán que aumentar sus aportes al fisco, dejar de recibir las exenciones que para 2024 costarán al Estado 341,000 millones de pesos. Pero hay un problema: en almuerzos tecnológicos, desayunos sin alcohol, convesaciones turísticas, diálogos bancarios y cenas constructoras, he confirmado que según sus alquimistas cada sector está imposibilitado de aportar un solo centavo más. Las razones son diversas, pero todas coinciden, en lo mismo: “el sector no soporta más impuestos sin ir a la quiebra”, “la competencia con Centroamérica o Viet Nam no permite cambiar las reglas de juego; si hay aumentos, como golondrinas, los capitales aquí invertidos se marcharán”.

Ante tal escenario, en un acto patriótico, uno está dispuesto a solucionar el enredo entregando con dolor, pero sin resentimiento, los tesoros personales que ha acumulado durante todos estos años.

Comienzo con la mecedora de Matanzas, Baní, que desde 2001 custodía la entrada a mi dacha; la maquinilla Olivetti Letera 32, con que, en España escribí los primero bulevares, crónicas reportajes; sigo con el libro “El juego del ángel”, de Ruiz Zafón, que un amor sublevado subrayó en cada frase que insultaba o que, según ella, me defínía; como puedo entregar, con pena, CDs inolvidables, “Lo ves”, de A. Sanz, “Yo sé que es mentira”, de A. Gutiérrez, “Mírame bien”, de Milanés, “Si usted supiera, señora”, ¡ay!

Puedo entregar, no sin dolor, la foto con el profesor McKinney, viendo el programa de boxeo cada domingo. Incluso, si fuera necesario, entregaré la tarjeta de cumpleaños dedicada por la Paola mayor, Amanda, a sus seis años: “al mejor papá que tenido en la vida”, o la estatuilla lavada en oro que la menor, Leslie, me entregó con un beso y abrazo que aún no termina: “World’s greatest Dad”. Que por falta de dinero no quede, señor Gobierno. Estos son mis tesoros. Si fuera necesario, puede disponer de ellos.