Evolución: un nuevo tiempo
Al observar el panorama global queda claro que estamos ante un cambio de ciclo económico, político y social de gran calado. La lucha entre oriente y occidente, el curso de los acontecimientos en Europa y Estados Unidos, y el giro hacia el radicalismo de las democracias occidentales son muestra de ello. El intento de asesinato de Trump es parte del corolario de esta crispación.
Grandes transformaciones económicas y tecnológicas y una paz extendida entre las grandes potencias han generado una rearticulación del poder global, que implicará una alteración del orden mundial creado en Bretton Woods y globalizado con la caída del Muro de Berlín.
La cooperación entre Rusia y China, con un apoyo cada vez más sólido de los BRICs y la decisión de la OTAN para colocar a China cómo un riesgo potencial en su enfoque de la seguridad global. Las perspectivas de un escalamiento del conflicto entre “los grandes”, a partir del juego de tronos en Ucrania, ha implicado una rearticulación de las cadenas globales de valor y el regreso a la escena del “nearshoring”.
A la par, la digitalización y en especial el uso de la Inteligencia Artificial y las ciencias aeroespaciales han ampliado la brecha tecnológica entre los países. Además, el surgimiento de actores privados globales, como las grandes firmas tecnológicas, que en muchos ámbitos tienen más peso económico y fáctico que la mayoría de los países e incluso bloques regionales.
Ha surgido un mundo nuevo, con nuevos actores, nuevos valores y un enfoque mucho más radical de la lucha por el poder. Todo esto está impactando los modelos políticos de los países, pues cómo demuestra la historia las grandes innovaciones y los choques entre grandes poderes, especialmente en el ámbito militar, generan grandes transformaciones locales. La gran pregunta es: ¿Se logrará transicionar hacia una nueva gobernanza a través de procesos pacíficos o se abre una etapa de convulsión y de guerras de mayor escala?
En ese contexto, nuestro país enfrentará grandes retos, pero también grandes oportunidades, y tenemos mucho por hacer.
República Dominicana debe evolucionar. Con lo que hemos acumulado, si tomamos las decisiones correctas podemos convertirnos en un país desarrollado en una generación.
Estimular el espíritu emprendedor, eficientizar el Estado, mejorar los servicios públicos y el clima de negocios, aumentar la productividad y mejorar los ingresos son la clave. También elevar la seguridad y proteger con uñas y dientes la integridad territorial y el proyecto nacional.
Pero se requieren cambios drásticos en la cultura política. Ir más allá de ganar elecciones y de ejercicio cosmético y banal de lo público por dirigentes o grupos inflados por sus propios egos o las ambiciones de poder personal o de casta. Ir más allá de las relaciones públicas y de iniciativas “light” elaboradas por asesores de marketing cuyo único objetivo es lograr “likes” y sentimientos positivos en redes, sin que generen nada concreto.
Evolucionar requiere de un ejercicio político atemperado, inteligente y templado, con espacio para las contracciones, acuerdos y disensos. Producir resultados en forma de políticas públicas y reformas concretas que sean palpables y medibles. Hacer bulto no es parte de la ecuación.
La nueva política debe articular la energía y las ideas públicas, privadas, civiles y militares, y lograr que se conviertan en el motor del desarrollo nacional.
El mayor reto de la comunidad política es re-legitimar el sistema y reducir los niveles de desafección política y de abstención electoral.
Debemos enfocarnos en lo importante y garantizar la sostenibilidad de lo que logremos promoviendo el trabajo y la colaboración de todas las fuerzas políticas, y no sólo de quienes logren la hegemonía electoral en un momento determinado.
Desarrollarnos va más allá de duplicar el PIB y los indicadores económicos, aunque es parte esencial de la ecuación. Requerirá un cambio significativo en la cultura de lo público. Romper los símbolos del sub desarrollo es esencial y dentro de ello es prioritario extirpar la marginalidad y el hacinamiento, y desterrar el desorden mafioso que impiden el funcionamiento pleno y eficiente de los principales sistemas como salud, migración, educación, electricidad y transporte. Adoptar estándares de eficiencia, transparencia y enfoque de nuestras políticas, que permitan elevar la productividad, así como continuar diversificando y haciendo más sofisticada nuestra economía, y con ello los ingresos nacionales y de los dominicanos. Asegurar la frontera y todos los aspectos de la seguridad nacional y la seguridad ciudadana son claves.
En este tramo es mucho lo que tenemos que ganar o perder. La sociedad no puede darse el lujo de aplaudirnos a los políticos un ejercicio superficial y de carátula. Fernando Collor de Mello y Enrique Peña Nieto en las campañas de marketing eran perfectos, en los hechos fueron desastrosos. Para lograr la evolución de la República Dominicana el nuevo liderazgo debe prepararse de verdad, en lo académico, en lo económico, político, institucional, pero sobre todo en lo humano. La sociedad debe escrutar bien.
El enfoque central debe estar en las causas colectivas y convertirlas en políticas públicas transformadoras y de bien, no en la historia personal de éxitos o fracasos que acumulemos los políticos en términos particulares. La política debe parecerse más a un taller o un coworking que a una pasarela o un reality show.
No será sencillo, pero el liderazgo que emerja deberá apostar por el pluralismo y un ejercicio más colectivo y horizontal, que genere una gobernanza que el reflejo de una sociedad que cambió.
Con la evolución surgirá un nuevo TIEMPO: Transparente, Institucional, Eficiente, Moderno, Participativo y de Oportunidades. Con eso estamos comprometidos.
¡Dios nos guíe!