Reminiscencias

No eran versos, sino quejidos

En los años ´70 hubo un cambio apasionante de mi vida; abogado de litigación diaria, acostumbrado a las vicisitudes que aquello implica; éxitos y reveses inevitables que pasé en sus oscilaciones sin daño alguno, terminé por olvidarlos.

Ayudaba mucho la preparación deontológica como abogado en formación que recibiera. Se nos dijo: “Cíñanse a esta regla de oro en su conducta: pelear sus casos como propios, pero perderlos como ajenos.”

Se nos armaba a los guerreros de tribunas para conservar la integridad de la salud mental; es decir: “Todo el honor y el coraje en favor del interés que defiendan, pero tengan presente que en justicia hay que tener razón, saberla pedir y que otros lo reconozcan y acuerden. Las dos primeras, hacerlas con lealtad y entereza; ahora bien, si deniegan las solicitudes y aspiraciones, no es su obra, adviértanselo a sus clientes. A partir de ahí, alejen la obsesión de ganar-ganar y aprendan a perder sin que se turbe su amor propio, pues sus obligaciones sólo serán de proveer medios, nunca resultados.”

Campesino dominicano

Campesino dominicano

Nos municionaban los Maestros al decirnos: “Los Médicos no pueden ser obligados a curar al paciente, sino a asistirlos por medios apropiados en su empeño de curación. Los Abogados, claro está, tengan presente que el asunto es más complejo porque una cosa es el quirófano y otra las salas de audiencias, que son hervideros de pasiones e intereses en vendaval. En cambio, el otro inspira a un recogimiento de umbral de muerte. Esencialmente diferentes son las relaciones entre abogados y clientes y médicos y pacientes.”

Mi condición de abogado la presentí desde mi orfandad prematura. Mi padre lo fue toda su vida como leyenda en las diversas tribunas abiertas; no nos conocimos, lo impidió la ausencia de su muerte para siempre; dependí del testimonio de quienes le recordaban en distintos ámbitos: familiar, profesional y político.

Pero bien, ahora cuento mi Reminiscencia, porque ahí se inició la inflexión hacia el cambio de otros conflictos públicos, no interpersonales, bien diferentes.

El día que fui a ver al Presidente Balaguer, luego de su discurso inolvidable al presentar sus Leyes Agrarias, me preguntó “¿Oiste mi discurso?” -“El más brillante de todos los que lleva”-, fue mi respuesta. Y prosiguió: “Te he llamado porque sé bien que entre mis amigos tú crees en eso y quisiera contar con tu ayuda en este Programa que aliento.”

Mi evasiva fue: “Pero Presidente, tengo la emoción de la justicia social agraria, pero de ello sé muy poco; usted me conoce; estoy acostumbrado a una tribuna penal de fuego y le traería a usted mismo muchos problemas.”

Me respondió: “Precisamente, por eso he pensado en tu ayuda; la pobreza campesina es causa suprema. Estúdiala, como haces para otros casos.”

Me derribó y no me quedó nada para negarle mi solidaridad de siempre. Desde CEPAL en Chile, un amigo inolvidable proveyó doctrina y jurisprudencia con una publicación de Conferencias para Profesionales de Reforma Agraria y eso bastó para librar las mil batallas que sobrevinieron.

La noche última que le viera antes del 10 de diciembre del año ´73, que me apartaba del programa, fue cuando me dijo: “¿Por qué tú no publicas tus versos sobre la pobreza campesina? Respondí: “Porque más que versos, son quejidos, Presidente.”

En realidad, fue una inflexión dominante la participación en las bregas social agrarias y de ahí pasé a la lucha contra la Corrupción, contra la comercialización de la Droga genocida, la seguridad individual y colectiva y, naturalmente, la Patria, tan ofendida.

Años después, publico ésto como un grato recuerdo:

VIEJO CAMPESINO

Es la enramada,

un pilón tumbado,

el viejo sentado

cavila y rezonga.

La pipa de barro

humeando su pava.

Arrugas sin nombre

sus ojos

azules de humo

llueven sobre el campo.

Su rostro

turbio de cansancio

parece decir

¿somos los del campo

hijos olvidados?

¿Dónde está su mano?

¿la ha cortado el hambre?

¿la quemó la fiebre

de mi desamparo?

¿La enguantó la astucia

de los poderosos?

¿sólo tiene índice

para la desdicha?

¿Dónde se ha ido Dios?

parecía decir.

Tengo siglos

a la retaguardia

sin poder dormir

en el duro catre,

dominando hormigas,

metido entre espinas,

avispas, muerte

y pasmo.

Es el baquiní

de toda mi gente

la fiesta de siempre.

¡Y nunca he dejado

de hacer el rosario!

¿Dónde se ha ido Dios?

Esta tierra suya

sólo me recibe

si paso a ser muerto

ó cuándo me doblo

es para surcarla

y hacer las riquezas

y dar alimentos

para tanta gente

que no oye el Rosario.

¿Dónde está tu mano,

Señor?

¿Te han dejado manco

estos hombres locos?

Al verle rumiar

su tabaco y pena,

quise decir algo,

me detuvo el llanto,

hice del silencio

un bello homenaje.

Sentí en mis adentros

una culpa extraña

y tartamudeando

musité estas frases.

Viejo, El vendrá,

está ya albergado

en tu desconsuelo;

de él saldrán

la luz y la fuerza

conque su tormenta

todo calmará.

Tú verás su mano,

tus nietos escuálidos

sobre tus cenizas

serán sus banderas.

Tú no los verás,

al menos aquí.

Volví al silencio

orando por él

y la desventura

de su oscura raza.

Señor, Señor,

Olvida el resabio

de este viejo harapo,

es un Justo, al fin.

Un Justo que ignora

que el reloj del hombre

nunca dá tu hora.

Tal como dijera, cambié las causas de los conflictos interpersonales por esas causas públicas. Ninguna he podido perder como ajena. Eso duele.

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