OTEANDO
El escupitajo a nuestros valores
Cualquier iniciado en el libertarismo aplaudirá con todas sus fuerzas que “cada cual haga con su vida un saco y se meta”, como reza el adagio popular. Y, sin entrar en detalles para los que las cuatrocientas palabras a las que se ciñe este artículo no alcanzarían, puedo decir que eso es bueno, pero solo en parte. Porque el contrato social al amparo del cual se estructura el Estado reclama para este, por parte de cada ciudadano, un mínimo de cesión de su libertad personal como correlato del derecho a esa coraza que implica el proveimiento que aquel debe a sus miembros en términos de aseguramiento de la integridad individual y colectiva, así como de bienes y servicios básicos, en fin, de la atmósfera social y política propicia para su desarrollo en igualdad de oportunidades.
Soy muy consciente de que los derroteros que transita una gran parte de nuestra juventud encuentran su causa eficiente en el desamparo del Estado que mal cumple sus deberes de facilitador de espacios para su desarrollo en armonía con los principios que lo inspiran. Ningún joven que hoy anda “cantando” vulgaridades por medio del “arte” que le hemos dejado como único cause de expresión, tiene la responsabilidad exclusiva de su desorientada actitud. Su oficio encuentra sus raíces en la irresponsabilidad del Estado de proveerle con eficiencia los bienes que he aludido. Pero resulta que ya el Estado no parece conforme con privarlos de tales bienes, sino que, además, los estimula a trillar peores caminos hacia su destrucción. Que esa cosa que llaman “Acroarte” premie la vulgaridad hecha persona es entendible -sus motivos son obvios-, pero que lo hagan los representantes del Estado, o incluso los de los municipios, ya es el colmo.
He venido observando con tristeza que desde el Estado se anda promoviendo figuras que, usando lenguaje soez, a diario escupen los valores sobre los que se cimenta nuestra sociedad. Muchos “líderes políticos” los ensalzan y, en ánimos de obtener más rentabilidad aún de la que ya han sacado de la exclusión a que los han sometido, ahora se burlan de ellos y subestiman nuestra inteligencia al hacerles reconocimientos en Concejos edilicios o, cuando no, posando en fotos y haciendo spots junto a esas figuras. Olvidan que el liderazgo político, y particularmente el Estado, al margen del respecto a las libertades, tienen el deber de señalar el camino a transitar, de no permitir que se marchiten la moral y las buenas costumbres que inspiran nuestra Constitución. ¿Le sirve el sombrero? ¡Póngaselo, señor alcalde de SDE!