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Reminiscencias

Un mayo tranquilo llevó mi recuerdo a un mayo peligroso

II

Debo hacer una precisión que por razones de espacio no pudo figurar en mi Reminiscencia anterior.

Esto, porque el remordimiento de no haber sido justo en la vida frente a quienes se ha luchado en políticas es un sentimiento muy especial y sensitivo, que puede traer amarguras, no importa cuánto tiempo pase, y obliga al reexamen permanente de cuáles fueron los hechos y circunstancias que originaran los desencuentros.

Se está así, ya, ante una jurisdicción de severa imparcialidad, la de la propia conciencia, a la cual es inútil pretender mentirle, pues es muy íntima y recóndita y no suele descargar de culpa fácilmente, llegando a herir sin remedios.

No creo que exista una experiencia tan interesante como ésta en la ancianidad; es, a mi entender, la más agradable y provechosa, pues puede preparar para el arrepentimiento, si fuera la condena el resultado dictado por su señoría la conciencia, así como, si descarga y absuelve, la satisfacción parece infinita.

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En mi caso, al ser tan intensa mi participación en las lides públicas mayores y me ha durado tanto la vida, por gracia de Dios, al recibir los recuerdos de todas y cada una de las vicisitudes vividas, mi conciencia ha tenido, se puede decir, las puertas abiertas para celebrar sus interminables audiencias viscerales y, en verdad, he comprobado que el testigo a descargo prevaleciente ha sido el paso del tiempo.

Los hechos tienen ese raro encanto de que, en un momento dado, el motivo y la ocasión de grandes debates y en el calor de su ocurrencia cada quien ejerce su libre albedrío al calificarlos; pero, luego permanecen los hechos y purifican el entendimiento; esa es la clave de su asombrosa elocuencia.

La verdad se abre paso a la larga; y surgen las otras apreciaciones que rescatan las despreciadas en aquel momento porque la razón termina por honrarlas.

Esto es válido en todos los sentidos; es decir, tanto cuando se ha sido autor, como de otro modo víctima de las imputaciones e interpretaciones incendiarias y frecuentemente falaces.

Esos hechos tercos, por mucho que los deformen y manipulen, cuando comparecen a esa jurisdicción especial de que hablo, la de la conciencia, son decisivos para la imponente sentencia de culpabilidad o inocencia. Nace así la certeza permanente que puede servir para dos cosas, bien la tranquilidad de conciencia, ora un remordimiento que hiera.

Esa extraña fase de la vida del anciano, donde ya no es posible jurar en vano ante Dios, las pasiones apagadas y los rencores vencidos, determina que no es posible ningún regreso a la jungla ardiente de contiendas. Así es como me siento.

Estas reflexiones nacen de la comparación entre lo que llamé “un Mayo manso” al reciente, y el muy tormentoso del año 1978.

Especialmente, porque me ha conmovido tener que reconocer cómo aquella decisión tan abominable que fuera el llamado Fallo Histórico, sirvió, no obstante, para dar salida de una crisis abismal que nos abocara a una nueva guerra civil y, naturalmente, a otra intervención militar más prolongada y drástica que la del 1965.

Decidí escribir esta entrega y confesar que mis reacciones fueron violentísimas porque, después de más de 55 audiencias sensacionales para conocer de las impugnaciones del Partido Reformista, era una infamia que no se fallara acerca de mi petición final de elecciones complementarias en 6 provincias, para nombrar, en cambio, cuatro Senadores sin haber sido elegidos, con tal de asegurar el control de la judicatura e impedir la persecución de los titulares del gobierno que saldría del poder.

Mi enfado fue más encendido que nunca, pues en forma inconcebible se me acusaba de ser uno de los autores del escandaloso Fallo, cosa que desconocía mis razones expuestas en el espectacular juicio electoral que había llegado al punto de concluir por sentencia verdadera.

Todo me lleva a decirles que, tal como dijera en la entrega precedente, no habrá espacio para exponer los multitudinarios hechos acaecidos. Aquello fue un horror de desencuentros.

Total, que al cabo de 46 años, lo que fuera la pieza de escándalo se torna, si no perdonable, pues no habría manera de lograrlo, al menos como explicable por la utilidad que tuvo para evitar la desgracia de la guerra civil y sus terribles secuelas.

En el segundo tomo a editar de estas Reminiscencias, se incluirá la Carta de Vincho Castillo a Jacobo Majluta, hecha folleto, para comprender mejor los aspectos muy sensitivos de aquella aciaga contienda. Desde luego, para aquellos que harán el relato histórico, les prevengo que son otras muchas las cosas por destacar en honor de la verdad.

En fin, termino con este juicio que podría parecer insólito; Hubo un hombre decisivo para todo aquello, el presidente venezolano Carlos Andrés Pérez, ya desaparecido, quien propuso la salida que pareciera tan obscena y estrambótica del Fallo Histórico. En realidad, tuvieron razón todos los que labraron aquel atajo que tan escandaloso fuera entonces y hoy nos lleva a verle como una tabla de salvación.

Por eso en mis reflexiones hablo del paso del tiempo, como testigo clave ante el tribunal de la conciencia. Ya lo había aconsejado Duarte, Padre de la Patria: “Sed justos lo primero, si queréis ser felices. Es el primer deber del hombre.”

Esta lección de vida la he transmitido a mis hijos para que no se excedan en la beligerancia. Que le mantengan su palco al tiempo.

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