No cometamos los mismos errores (1 de 2)
Siempre me ha impactado, como negocios de comida y bebidas que son exitosos establecidos en áreas pequeñas, al agrandarse pierden clientela y terminan fracasando. Los mismos me vinieron a la mente ahora, que nuevamente se habla de una reforma fiscal integral, que es tan vieja en sus propósitos, como aquella de su primera mención por el sector empresarial hace alrrededor de 25 años. Fiscal Integral porque este sector buscaba que también se revisaran y reestructuraran los gastos, lo que nunca se ha hecho, sino todo lo contrario, se agregan nuevas cargas para crear nuevos gastos corrientes, que solo los políticos los ven justificados, como los nuevos ministerios y más unidades especializadas y más ayuntamientos y más déficits de las Edes. Ya el gasto público representa el 20% del PIB de los cuales el 90 % es gasto corriente.
Ahora, como siempre para su justificación de aumento, se quiere comparar este país en su presión tributaria (PT), con aquellos de las más elevadas no solo en América Latina, como también en los de la OECD, como si al lograr ese nivel de presión, ya nos permitiera tener niveles de riqueza y desarrollo logrados, parte de ella, con aquellas sustraídas de sus colonias, incluida la nuestra.
Elevadas PT que no han evitado tener altos niveles de deuda, y provocado menores inversiones privadas y bajos niveles de productividad y de crecimiento. Preocupación que está impulsando políticas en los mismos países europeos, con incentivos industriales y agropecuarios y con reducciones impositivas para atraer y promover inversiones por su muy baja tasa de crecimiento. Tenemos como costumbre ser la cola del león, cuando adoptamos políticas que ya han fracasado en otros mercados, como fue la de la industrial de sustitución de importaciones en la década de los setenta.
Pero como lo que aspiro a mostrar, no es a lograr lo que no tenemos, sino a no perder lo que hemos logrado, comparémonos con los de este lado del Atlántico, en aquellos indicadores que demuestran nuestro gran salto en nuestro camino hacia el desarrollo, dejando operar a los mercados, y que tratarán de demostrar que estamos buscando lo que no se nos ha perdido y que se nos puede perder.
Se perdió a finales de la década de los setentas. En aquel entonces, se cambió un modelo que había sido exitoso, con tasas de crecimiento superiores al 8% promedio anual durante los primeros 8 años de esa década, que priorizó las inversiones públicas (45 % promedio anual de los ingresos tributarios) alcanzando hasta 6% del PIB, porcentaje nunca más logrado y financiadas estas con ahorro público (déficit público promedio anual del 0.7% del PIB) y con una presión tributaria del 13.3% inferior a la que hoy exhibimos como baja.
En esa época hace 55 años se actuó con visión de futuro, y se dictaron las leyes de promoción turística y de zonas francas, sectores que en el presente sostienen el crecimiento de la economía, e iniciaron sus operaciones las empresas mineras que explotan todavía hoy las minas de oro y ferroníquel, e inició sus operaciones con inversiones de la Shell la actual refinería de petróleo. Se eliminaron los aserraderos en las montañas, y se crearon parques nacionales, así como las grandes presas, el 90% de ellas, que han impulsado la foresta y la agricultura al tener agua disponible, y se crearon los grandes parques árboleados urbanos, fomentando un medio ambiente más saludable para la población dominicana, contrariamente al actual, donde el dióxido de carbono está envenenando a la población urbana. Fue aquella, una época de oro para la economía dominicana.
Luego hubo un cambio de modelo, que priorizó la demanda agregada con los aumentos en los salarios y el consumo públicos, generando déficits fiscales crecientes 4.6 veces del promedio anterior, que fueron financiados con dinero inorgánico del Banco Central, y con aumento de la deuda externa.
Los salarios reales que se querían aumentar, sucumbieron ante las crisis cambiarias e inflacionarias y de deuda externa, que trajeron este cambio de modelo, impactando en una aniquilación de la clase media que había sido creada, arrojándola de nuevo en los brazos de la pobreza.
Posteriormente luego de 12 años sin lograr resolver el problema de la deuda externa, el mismo Balaguer que volvió a gobernar, puso en ejecución en el 1991 un paquete de medidas de corte liberal, reduciendo impuestos y tasas arancelarias, liberando el mercado de cambio, e impulsando el comercio exterior y las inversiones privadas, provocando lograr lo que se ha dado en llamar el milagro económico dominicano, con un crecimiento promedio anual en esos 34 años del 5% del PIB.
No soy un apologista de Balaguer, pero ahí están los hechos y sus favorables resultados, cuando las acciones públicas ejecutadas van dirigidas a promover el crecimiento y desarrollo del país, con medidas juiciosas que promueven la inversión privada y el empleo productivo, y se proyectan en el futuro reduciendo la pobreza. Y todo esto con recursos menores a la PT de ahora, pero que se administraron con eficiencia, pensando en el futuro del país.
Ni las dádivas, ni el consumismo provocado, hacen grande a un país, sino que le aplastan su productividad, porque crean dependencia y estímulo a lo fácil (vagancia), como son también desgraciadamente los efectos que generan las remesas. Por eso tenemos una creciente inmigración haitiana, que sustituye al dominicano en ya casi todos los sectores de la economía.
Espero que ahora que hemos obtenido importantes logros, dado que los posteriores gobernantes han mantenido un ambiente favorable al fomento de la inversión privada, con una envidiable estabilidad macroeconómica, que se ha mantenido en las dos últimas décadas, actuemos con juicio no matando la gallina de los huevos de oro, sin que nos mueva el deseo de fracasar de nuevo.