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De una generación derrotada, al Presidente

Ciudadano presidente:

Con elevado respeto y altísima consideración, quienes suscriben, testigos y espectadores de una generación pedagógicamente fracasada, tenemos a bien expresarle, en líneas sencillas y escuetas, la gravedad del fenómeno que, de antemano, reitera nuestra más profunda preocupación y lastre social. Para usted, hasta ahora, único gobernante nacido después de la muerte del dictador Rafael Trujillo Molina, las líneas presentes podrán resultarle incómodas, más nunca irracionales o carentes de sobriedad.

De entrada, correspondiente a su investidura, ahorraremos opiniones absolutorias, epítetos ampulosos y salmodias peregrinas. Iremos, pues, al grano de una vez; por supuesto, tampoco haremos uso de monsergas laudatorias ni encopetados ditirambos que, como bien sabe usted, le sobran siempre a cada gobernante.

Por razones que no vienen al caso, esta misiva debió escribirse mucho tiempo antes; quizás el 17 de agosto del 2020, pero -no le mentiremos-, frente a la tozudez repetitiva de la memoria, nos parecía impensable que aquellas prácticas envejecientes y fallidas volvieran a suceder, casi a calcos, sobre la cuestión educativa.

Acontece, justo sea decirlo, que, por razones temporales y comprensibles, no le corresponde a usted la principalía del desastre educativo; sin embargo, una vez en el gobierno, comprometió ipso facto la suerte de su corto mandato con inusitada precocidad. Pues, por motivos todavía ignorados por los infrascritos, decidió usted replicar el uso de un formato añejo y fracasado, nieto de un modelo fementido y atorado en el tiempo, ajeno por completo a la dialéctica de un siglo que, además de desafiante, anunciaba otra escala civilizatoria del conocimiento.

Señor mandatario, nuestro sistema educativo y su desastroso desempeño pervive en el subsuelo de la desconsideración y la degradación humana, afectando primordialmente a los “hijos de machepa”, de cuyas escuelas públicas muy pocos saldrán airosos.

Nuestra generación, anodina y poco trascendente, creyó que con la salida de Joaquín Balaguer del escenario político y del Estado, también desaparecerían los resabios de una práctica vetusta, retrógrada y anticuada que, con pasión autocrática, desestimaba el aprendizaje y privilegiaba la ignorancia. Pero, vaya usted a saber por qué, quienes sucedieron al caudillo ilustrado terminaron convertidos en cabezaleros y albaceas del déspota conservador, para quien la educación nunca fue prioridad nacional. Quienes debieron reemplazarlo y superarlo, se regodearon en su egocéntrica figura, camuflada de destreza y aparejo político. De ahí que su impronta ideológica haya continuado imperturbable.

Aquella vez, entre ingenuidades y esperanza, concebimos que tan sólo bastaría una década para iniciar la transformación de nuestro anquilosado sistema de enseñanza. Que 15 años serían suficientes para borrar el estigma y, de una vez por todas, los fatídicos resultados de la torcedura cognitiva que todavía afecta la mayoría de los dominicanos. ¡Nos equivocamos, y de qué manera!

Parece mentira, ciudadano presidente, pero arribamos a los primeros 25 años de esta centuria, ¡un cuarto de siglo!, y nuestros niveles educativos permanecen debajo del oprobio y el espanto. Como sociedad no completamos 6 grados básicos de educación elemental y, año tras año, ocupamos, en calidad y competencia, el último lugar de toda la región ¿Cómo hablar de avance sin una educación de calidad?

No le abrumaremos con datos espinudos y estadísticas heladas que, por lo demás, avergüenzan la más indiferente de las conciencias pensantes. Ahora bien, de tantos estudios nacionales y extranjeros (PISA, TERCE, ERCE, BM, BID, UNESCO, EDUCA, IDEICE, etc.), alguno debió encender el pebetero de la extinguida lámpara educativa. Tristemente, quedaron todos en los anaqueles y despachos, para apenas revelar lo lejos que está la escuela del ser social promedio dominicano.

Desde la entrada en vigor del 4% del PIB para la Educación (2012), tal cual ordenaba la ley16-97, reclamo con el que usted se identificó públicamente, creímos que el problema tendría un trato diferente. Nueva vez pecamos de ingenuos. Desde entonces y hasta la fecha tuvimos el tupé de malgastar sobre los 27 mil millones de dólares que, en términos francos, se fueron por la borda y sabrá Dios a cuáles otros lugares ignotos. Lo cierto es, señor presidente, que no hay un sólo avance significativo ni hemos escalado el mínimo peldaño luminoso para, definitivamente, abandonar la fosa ignominiosa y oscura en la que nos ha encerrado la ignorancia consumada.

En todo caso, dispénsenos el atrevimiento de tomarle, sin cita previa, parte de su apreciadísimo tiempo. Respetando su paciencia y soberana voluntad, solo nos queda preguntarle: Aparte del nombramiento de un ministro genuino y orgánico, ¿qué otra cosa tiene usted pensada con la educación dominicana, en estos, sus últimos 4 años?

Abandonados al último acto de fe, respetuosamente, quedan de usted:

Los padres y los hijos de una generación educativa tres veces derrotada...