Atrapados en una ciudad caótica

Comoquiera es un dilema. El ciudadano, a pie o en vehículo, es un rehén en una capital colapsada, sea en tiempos secos o lluviosos.

Si es un día sin lluvias, el peatón y los conductores son víctimas de los largos tapones del tránsito, que perjudican su normal movilidad.

Y si llueve, moderadamente o a cántaros, por igual.

Dos dramáticas y funestas experiencias, los diluvios de noviembre de 2022 y de 2023, retrataron crudamente la vulnerabilidad de una capital carente de drenajes pluviales.

Al no existir formas de desfogue de las aguas acumuladas durante los períodos de lluvias, las calles se convierten en lagos.

Ni los peatones pueden caminar sobre aceras o calles inundadas, ni todos los automóviles y motocicletas pueden aventurarse por ellas, por la misma razón.

En estos días, distintos sectores de la ciudad han sufrido estas penurias, porque además de la falta de un sistema general de alcantarillado, el desplazamiento de basura tapa los filtrantes, agudizando la crisis.

Los gobiernos han sido muy irresponsables al dejar que esta situación empeore con el paso del tiempo.

No parece importarles el alto costo en parálisis de actividades productivas, muertes y daños materiales que estas inundaciones provocan frecuentemente.

Todos, con muy pocas excepciones, han enfrentado la necesidad de construir el sistema general de drenaje pluvial, lo cual es una prueba de su insensibilidad frente a los críticos efectos de no tenerlo.

Y tanto que se ufanan en mostrarse como los redentores en un país sumido en crisis existenciales, justamente por la inacción o el desinterés de los gobiernos en dar soluciones permanentes al caos de las inundaciones, los tapones, los basureros y los ruidos que hacen inhabitable nuestra metrópoli.