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Sin paños tibios

Lo mucho hasta Dios lo ve

Acotejar la carga en una mula requiere cierto arte: el de saber en dónde se puede poner peso y dónde no; el predecir su balanceo en función de la ruta y disponerla de tal suerte, que un lado del serón haga contrapeso al otro. Por esa razón, cuando lo que se pone de un lado pesa más que el otro, el mulero se ve precisado, o bien a retirar peso de un lado, o bien a mantener el peso parejo del otro; llegando incluso a poner piedras en el lado faltante, porque es mejor llevar un peso muerto, a que la carga se caiga por el camino.

Lo que aplica al momento de cargar una mula, aplica para el Estado; de ahí que Locke y Montesquieu concibieran la separación de poderes como un mecanismo necesario para garantizar su correcto funcionamiento; y que los Padres Fundadores de Estados Unidos hicieran del “checks and balances” la piedra angular sobre la que se sostiene el constitucionalismo moderno, inclusive el nuestro. El delicado equilibrio del poder se mantiene en función de la distribución efectiva de ese poder, o lo que es lo mismo, si cada poder del Estado sirve de contrapeso real a los demás, y viceversa.

A la luz de nuestro marco constitucional, el truco para que la magia funcione se cristaliza en los resultados electorales, y en los manejos que a posteriori tengan los partidos políticos y sus representantes. 

De ahí que llama a preocupación, no la proyección de un triunfo rotundo e inevitable de Luis Abinader en las elecciones de mayo, sino más bien la composición congresual resultante de las mismas. Lo primero es consecuencia de la positiva valoración de su desempeño, pero también de la ausencia de propuestas creíbles por parte de los candidatos opositores, a quienes el pueblo percibe como poco convincentes en razón de que ahora reclaman ejecutorias y prácticas por parte del gobierno, que ellos mismos no hicieron cuando ejercieron el poder en sus respectivas facetas.

Lo que preocupa es lo segundo, el avasallamiento; el mfecane de 2006 repetido 18 años después… pues conocemos el resultado; el aplastamiento metódico y deliberado de todo resquicio futuro de oposición congresual. Y si bien es cierto que es legítimo que cada candidato quiera ganar y que su partido haga lo que tenga que hacer para que lo logre, lo sensible aquí es la voluntad política de cooptar, captar o anular cualquier disenso; y eso, más que sensible es peligroso, porque en función de su diseño estructural, el sistema necesita contrapesos efectivos para sostenerse, mantenerse y funcionar; de lo contrario puede colapsar o convertirse en otra cosa… algo que nadie quiere volver a ver.

A corto plazo, el carnaval de “reflexiones” y renuncias de dirigentes opositores, y sus posteriores (¿y sorprendentes?) e inmediatas juramentaciones en el partido de gobierno augura una concentración de poderes sin precedentes que sacrifica el contrapeso, y hace que, en el triunfalismo, se olvide que ejercer todo el poder, implica también asumir toda la responsabilidad.