¡Las oraciones no llegan!
Patria Soto Cuevas, conocida en el barrio Simón Bolívar como Doña María, no puede dormir tranquila en su casa. Todas las noches los hijos de su vecino ponen una música tan alta que la pobre viejita no puede escuchar ni sus pensamientos.
No funcionaron las quejas de la señora. Tanto el vecino como su esposa son unos apoyadores de marca mayor, que tan solo dijeron a Doña María que si le molestaba el sonido que se mudara.
Tampoco que llamara al 911. En cuanto se iban los agentes de la Policía la música regresaba a todo volúmen, soberbia e imponente.
Doña María vivía sola. Su único hijo murió a los 19 años en un accidente de tránsito. Los demás habitantes de la zona no se atrevían a decir nada porque, según las malas lenguas, el vecino de la anciana trabajaba en un barco cargando paquetes de droga.
“Con esa gente uno no se puede meter”, le aconsejaba el presidente de la Junta de Vecinos a nuestra protagonista.
Tampoco pudo ayudarla el parroco de la Iglesia. Este quedó medio traumado, luego de que en un intento de hacerles entrar en razón sobre la situación de Doña María, los hijos del vecino le mostraran una pistola marca Glock, calibre 9mm y le dijeran que tenía un tiro a nombre suyo y de sus santos.
“Son capaces de todo, María”, le decían sus compañeras de misa.
A Doña María solo le quedaba pedirle a los santos, pero sospechaba que con lo alto de la música estos no alcazaban a escuchar sus oraciones.
Algún día me moriré y ya no escucharé la música, decía para sí Doña María mientras las bocinas de su vecino coreaban, ruidosas: “Cada vez que cierro los ojos me sueño con una Glock y un machete amolaisímo que abre carne y no se encasquilla”.