SIN PAÑOS TIBIOS
El ego frente al espejo
Si para Fukuyama –interpretando a Hegel– la lucha por el reconocimiento es el motor de la historia, habría que apostillar que el ego –ese gusanito que habita en el corazón de los seres humanos– sería la fuerza motriz que lo impulsa hacia adelante.
El ego ha condicionado los actos más resonantes de la historia. Para muestra, tanto el poema fundacional de Occidente –La Ilíada– como el libro más antiguo de la humanidad –La Epopeya de Gilgamesh–, narran el devenir de dos hombres movidos por su ego. Así las cosas, no debiera sorprender el desenlace de la tragedia del PLD, porque eso es lo que es, una tragedia griega clásica, en la cual confluyen todas las pasiones e instintos que mueven a los seres humanos.
En ausencia de todos los detalles internos de la historia y evadiendo la tentación de caer en la maledicencia, sólo queda atenerse a los hechos conocidos. Los que nos señalan que el acuerdo no escrito entre Leonel y Danilo quedó roto en 2007, cuando el Estado venció al segundo, relegándolo al ostracismo, hasta que, cuatro años después, se vio obligado a revivirlo –cual Ave Fénix–, porque el centralismo democrático y las urgencias del poder así lo exigían.
Los hechos posteriores dan cuenta que un Leonel Fernández honró su palabra e hizo lo indecible desde el Estado para garantizar el triunfo de un Danilo Medina que remontó a último momento; asimismo, consignan que un Medina no muy agradecido, al poco tiempo habló de haber recibido un maletín lleno de facturas y sin dinero, iniciando una purga del leonelismo, al tiempo que ejecutaba una minuciosa estrategia de desacreditación directa en varios niveles (déficit fiscal, Barrick Gold, Quirino, etc.), con una lógica de exterminio político que no conoció pausa ni tregua; que se consolidó a partir de la reelección de 2016; y que se radicalizó con los incumplimientos –por parte del danilismo– de los acuerdos de Juan Dolio de 2015.
En la historia política dominicana abundan ejemplos de conflictos entre líderes que terminaron mal y conllevaron efectos desastrosos, no previstos ni deseados por las partes: Santana y Báez; Lilís y Juan Isidro; Bosch y Peña; Guzmán/Majluta y Jorge Blanco; Peña y Majluta; Hipólito y Hatuey/Vargas, etc. Sólo que esta vez, en el altar de los egos de dos líderes que en su momento se complementaban y que luego se repelían, no sólo fueron sacrificados sueños y principios; dirigentes y proyectos; aspiraciones y trayectorias; sino también el partido que se auto percibía como llamado por la historia a gobernar hasta el bicentenario de la república, el cual terminó dividido y desacreditado.
El ego de dos hombres anuló las posibilidades de la oposición para el 2024 y destruyó al PLD, reduciéndolo a la insignificancia; quebrando toda esperanza de unión; desmoralizando a toda una generación de jóvenes dirigentes y militantes; y relegando hacia un futuro incierto su regreso al poder. En los hechos, confrontados frente a un espejo, el ego de uno no es más que el reflejo del otro.