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MIRANDO POR EL RETROVISOR

El trato humano a los enfermos mentales

El pasado Miércoles Santo entró a la recepción del Listín Diario la joven Israelys García Paulino, sumamente desorientada y con claras evidencias de que padece algún trastorno mental.

Un colega de la redacción me pidió orientación sobre cómo manejar el caso, tomando en cuenta que en 2016 realicé una serie de reportajes para el periódico titulada “En la piel de locura”, la cual me permitió palpar en carne propia la realidad de la salud mental en el país y todo lo relativo al manejo de enfermos mentales deambulantes.

Ver a Israelys en esa condición me llevó a evocar el momento en que incluso salí a las calles fingiendo ser un enfermo mental deambulante, con todo el rechazo y las agresiones vividas, incluso por personal de seguridad del medio donde laboro.

Ya en el frente del Listín Diario estaba una patrulla de la Policía para manejar la situación creada por la presencia de Israelys en el Listín. Pero sugerí llamar a una unidad del Sistema de Emergencias 911 para que la joven fuera llevada al hospital más cercano dotado de una Unidad de Intervención en Crisis (UIC), donde sería evaluada e incluso tener un internamiento por 10 o 15 días, tiempo que podría emplearse también para ubicar a sus familiares.

Una unidad del 911 de la Cruz Roja Dominicana –su sede central está ubicada cerca del Listín Diario- llegó 20 minutos después.

Durante ese tiempo de espera, el autor de este artículo y mis compañeros de la Redacción, Yudelka Domínguez, Ramón Almánzar, Juan Eduardo Thomas y Ángel Valdez, junto al personal de seguridad y la recepcionista Sandra Medina, logramos calmar a Israelys, hacerla sentir como si estuviera entre amigos y conversar con ella para tratar de obtener información sobre sus familiares.

En ese momento pensé que los empujones que recibí cuando llegué aquella vez con apariencia de “loco” a la entrada principal del Listín Diario valieron la pena, pues ahora el comportamiento con Israelys fue una hermosa manifestación de empatía y de trato humano hacia pacientes que siempre manejamos con estigma, desprecio y temor a una posible agresión.

La experiencia de ese día me mostró la necesidad de que el Departamento de Salud Mental del Ministerio de Salud Pública imparta charlas en las empresas, escuelas, universidades, gremios profesionales y público en general sobre cómo manejar un enfermo mental deambulante.

Esas orientaciones podrían, además, arrojar luz sobre tabúes y creencias erróneas respecto a los trastornos mentales y cómo manejar los casos de pacientes en crisis, pero también servirían para identificar las señales de personas allegadas con depresión, ansiedad, trastorno del estrés postraumático, trastorno límite de la personalidad, bipolaridad, esquizofrenia y otras condiciones que son potencialmente la antesala de un suicidio.

Y no solo entre la población hay desconocimiento sobre estos temas, sino también en profesionales del sector salud. Una muestra de esta triste realidad fue que una semana después visité el hospital Francisco Moscoso Puello, adonde la unidad del servicio 911 llevó a Israelys. Me dirigí a la UIC del centro donde pensé que encontraría a la joven y para mi sorpresa me informaron que nunca llegó allí.

Ella fue atendida en triaje, pero no fue luego derivada a la emergencia psiquiátrica del hospital, donde un personal acorde con su condición pudo dejarla interna en la UIC hasta tanto el departamento de Trabajo Social localizara a sus familiares.

Un enfermo mental deambulante sin parientes localizables, luego de esas atenciones en la UIC, ameritaba ser trasladado al Centro de Rehabilitación Psicosocial (CRPS), ubicado en el kilómetro 28 de la autopista Duarte, donde funcionó antes el antiguo hospital psiquiátrico o manicomio, ya sabiamente eliminado, aunque algunas voces actualmente se levantan para que sea restablecida esa superada expresión de ignominia en el manejo de los enfermos mentales.

Eso establece el protocolo que no observó el hospital Francisco Moscoso Puello con Israelys, quien lo más seguro es que esté nueva vez deambulando por las calles y quizás expuesta a no recibir en otro ambiente el trato humanitario que le brindaron en Listín Diario.

Con lo que se tiene a la mano actualmente, ese hubiese sido el manejo apropiado, hasta tanto hagamos realidad el sueño de servicios de salud mental con un enfoque comunitario, llevando esas atenciones a las Unidades de Atención Primaria (UNAP), una manera de descongestionar los centros del tercer nivel.

Se requiere también habilitar más hospitales de día, como el centro RESIDE del sector La Nueva Barquita, y el que funcionaba precisamente en el Francisco Moscoso Puello, el cual fue cerrado durante la pandemia del Covid-19. Allí los pacientes pueden recibir consultas, terapias y fármacos, sin la necesidad de trasladarse a los grandes hospitales. ´

El caso de Israelys y otros similares ameritan la elaboración de un nuevo Plan Nacional de Salud Mental, ya que el que abarcó el período 2019-2022, se convirtió en un programa de buenas intenciones que, en lugar de cumplirse para avanzar en ese ámbito del sector salud, experimentó preocupantes retrocesos.

Con un nuevo plan podrían retomarse programas como los de viviendas tuteladas y protegidas, hogares de paso, inserción laboral de pacientes recuperados y grupos de familias, así como el “Programa para la protección de las personas con enfermedad mental crónica sin hogar”, el cual permitió recoger de las calles a 642 enfermos mentales deambulantes entre los años 2017 y 2022.

De esa cantidad, 45 fueron recluidos en el CRPS, donde seguro que estuviera Israelys si se hubiese manejado el protocolo en su caso.

El objetivo de cada uno de esos programas que ahora han quedado en el olvido es garantizar los servicios de salud, tratamiento y la rehabilitación psicosocial de los enfermos mentales, logrando la reinserción a su vida familiar y comunitaria.

Hay que, no solo desempolvar el protocolo del “Programa Deambulante”, sino socializarlo a todos los niveles para garantizar un trato humano a indigentes y pacientes con trastornos mentales en las calles del país.

Se ha planteado también la necesidad de modificar las leyes 12-06 de Salud Mental y la 87-01 de Seguridad Social para garantizar la cobertura a los diversos trastornos mentales, acrecentados después del impacto de la pandemia del Covid-19.

Sin embargo, la realidad es que esas leyes, planes, protocolos y programas se quedarán siempre en letra muerta, si no existe la voluntad política que garantice un trato humano a los enfermos mentales, a quienes con razón un psiquiatra definió como la cara fea de la sociedad.

Y la muestra más evidente está en lo que yo viví en 2016 y lo ocurrido con Israelys hace doce días en Listín Diario. Al final, queda demostrado que los “cuerdos” necesitan más un cambio de mentalidad que los “trastornados”.