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Abinader y las comunicaciones: la disfuncionalidad política de “el fo”

En la República Dominicana se sabe de “foes”. En esta cultura vernácula se dice “¡fo!” cuando algo hiede, y se “hace fo” —de esto trataremos— a lo que se desprecia o, al menos, a lo que se considera no merece una onza de atención o consideración; a lo del desinterés; lo que desde el punto de vista de alguien resulta de poca monta. Es, ante cualquier realidad, hacer lo que el somnoliento Gato Jim ante la podadora: “…la ignoraré”. “Le hice el fo” dice la pretendida del pretendiente que rechazó. En los peores casos se “hace fo” a lo que no otorga ni resta. “Hacer fo” es colocar algo —circunstancia, objeto, persona, argumento, hecho— bien lejos de la estima personal, del campo de la consideración, atención y enfoque.

Es lo que estamos notando que ocurre en las comunicaciones con el presidente Abinader, propiciando una asincronía entre estrategia política orientada a la gobernanza, realidad y comunicación. Preguntamos, ¿el gobierno está haciendo el fo a los comunicadores? Los medios, en respuesta, ¿hacen el fo al gobierno?

La evidencia: sin importar las dimensiones positivas o retadoras de los hechos, discursos y hazañas propios del Ejecutivo o de su gestión, son reducidos los opinóbulos que deciden comentarlas, evaluarlas, ponderarlas. Mucho menos quienes lo hacen, en bien o en mal, amparados en pruebas estadísticas y documentales.

Otras veces, los opinóbulos están demasiado ocupados en exhibirse como sapientes y “expertos” en torno a realidades y temas específicos. ¿Las páginas de los diarios son un escaparate para las autocomplacencias? Así, se convierten en lo que Robert Nozik (New York, USA: n 1938 - †2002) denominó “hacedores de palabras”.

Desde trasanteayer, cuando trascendieron los resultados de la más reciente Gallup encargada por un diario nacional, midiendo la preferencia electoral de los presidenciales —partidos y personas— para el próximo 20 de mayo, poca información y ponderación al respecto ha sido recogida por los demás medios.

Es imposible saber si a causa de las competencias comerciales no se celebran las fiestas de los competidores que —como en este caso— encargan y publican encuestas. O, ¿es por otras razones? Lo perceptible es que nuestros opinóbulos “andan en Belén con los pastores”, haciendo el fo a los temas políticos nodales: “porque sí” o —quizás— ¿para testimoniar inconformidad con el manejo de las comunicaciones desde Palacio? Lo cierto: por algún motivo —¡Vaya usted a saber!— optan por hacer el fo a lo relacionado con el Presidente Abinader, quien declaró que en el país —entendamos, su gestión, claro— “hay prensa libre”.

Sin embargo, preguntamos: ¿se equivoca el presidente? Y afirmamos: la prensa no es libre en algún lugar del planeta. En los años noventa un exitoso y apreciado propietario de medios nacionales pidió a los comunicadores tomarlo en cuenta. En Estados Unidos, el New York Times declara de forma honesta y pública su parcialidad a favor del Partido Demócrata. En su portal, en consecuencia, hemos visto y leído hasta cinco encabezados en primera, ¡consecutivos!, sobre los juicios al ex presidente Donald Trump. Robustecidos por abundantes artículos de analistas que “explicaban” por qué los adversarios internos de Trump en el Partido Republicano (PR) lo podían vencer en las primarias y sacarlo de circulación, algo que auparon a favor del senador de la Florida, el señor Marcos Rubio, quien no logró mellar a Trump y el 15 de enero, 2024, comunicó su apoyo al ex presidente. En nuestro lar, sin embargo, “todos quien jazz del Gato Jack” pidiendo comunicadores libres e imparciales. Lo que ninguna persona del planeta es o puede ser: por la fuerza modelante del entorno, su economía, su convicción o su condición de empleado.

Ante tal reclamo, estos profesionales podrían reír silenciosos, activando las prerrogativas de su profesión: decidir el enfoque y las formas de estructurar, “condimentar” y expresar sus contenidos. En el peor de los casos, para avivatos gestores de entidades pública y privadas prensa “libre” es sinónimo de “publicidad gratis”. Y para explotarla a su favor crean una fábrica de Notas de prensa.

El punto es que hace bien a la democracia que los comunicadores y opinóbulos abandonen su compromiso con lo imposible. Y que los gestores de las instituciones públicas y privadas recuerden que el periodismo existe este país porque desde la Primera República los gobiernos auparon su desarrollo. Algo compartido por sus latitudes antípodas: Luperón-Heureaux y Santana-Trujillo.

Si antes del 18 de febrero 2024 algunos fanatizados —consumiendo la propaganda de “alianza”— podían dudar lo evidente, ahora resulta claro que, hoy, la gran mayoría considera que el Presidente Abinader y el Partido Revolucionario Moderno ganarán abrumadoramente las presidenciales de mayo. Aún más: una mayoría que supera el 60% anticipa que votará por él.

Por un rey muerto se entroniza al rey puesto. Y es mejor que entre gobierno y comunicadores se establezcan relaciones fortalecidas que le eviten al próximo ejecutivo lazos con el origen de flujos de votos procedentes de peores lares que los de estos ciudadanos de la prensa que merecen vivir dignamente de su trabajo.

Son hipocresía e irracionalidad nacionales no abordar este tema para “decir pan al pan y al vino, vino”.

En un acto de realismo profesional, ético, sociológico y político afirmamos: el gobierno debe integrar a los comunicadores profesionales a las labores de educación de la ciudadanía en derechos, temas de interés y realidades, apoyando más a los medios, incluyendo los de regiones apartadas. Haciéndolos gestores de la verdad, de informar más allá de las “auto bombas” de los funcionarios.

Las comunicaciones bien dirigidas y ejercidas construyen civilidad, cultura, identidad y ciudadanía, batería de resultados tan necesarios de lograr en nuestra nación.

Como la tarea del comunicador es documentar la verdad, ser objetivo, ninguna gestión pública —incluyendo la del presidente Abinader— tendrá mejores aliados que las advertencias y reconocimientos provenientes de los contenidos y enfoques de los medios y sus comunicadores.

A quien crea que la preferencia del actual mandatario en la intención de votos resulta del manejo de las comunicaciones oficiales y la preferencia por las redes sociales, me permito decirle: No, es causa del vacío opositor que resulta de la pérdida de credibilidad de esos líderes. De la cultura política vernácula y de las políticas económicas, sociales y distributivas propiciadas por el gobierno, incluyendo el manejo de la justicia con una procuradora independiente.

La doctora Altagracia Guzmán Marcelino, una mujer a quien me honra haber acompañado y servido, decía, sin ambigüedades, que su mejor termómetro sobre la situación nacional de salud eran los periodistas. Ellos —afirmaba— informan lo que ocurre en las más apartadas regiones del país, a donde el gobierno generalmente no llega. Como su agenda incluía mejora de sensibilísimos indicadores de salud, estaba muy pendiente de las denuncias. No para contrariarlas sino para actuar y apoyar. Muchas veces, son los periodistas quienes dan la alerta sanitaria, dijo. Eso, naturalmente, cuando la Digepi no había sido enfocada por ella para hacerla la institución de referencia sobre el monitoreo epidemiológico que hoy es.

De tal manera, los gestores públicos inteligentes agradecen ese espíritu de primicia —si se quiere— de los comunicadores. El objetivo jamás debe ser callarlos, menos aún la banalidad. Estimularlos a poner de relieve las falencias y, junto a esto, a comunicar logros ostensibles de la gestión pública, sí.

“Honrar honra”, expresó José Martí (Cuba, n 1853 - †1895) y lo replicamos. No hay, entonces, por qué no honrar con el reconocimiento público las acciones públicas y privadas consideradas positivas desde enfoques jurídicos, salubristas, educativos, económicos, sociales, culturales u otros como la soberanía.

Sin embargo, por estas tierras de ánimos agrestes y egoísmos metódicos delirantes, se considera que quien honra “tumba polvo”, “es bocina”; que no puede haber funcionarios laboriosos y honestos y, tampoco, comunicadores que a base de esfuerzo y trabajo constituyan empresas exitosas y que por ello terminen —como algunos han terminado— siendo ricos millonarios.

Igual se pretende de los médicos: ¡que consulten y sirvan gratis!

A la par, los médicos y demás profesionales pretenden todo a precio de vaca flaca.

Y muchísimos gestores públicos: llevarse el trabajo de otros en las uñas mediante cuasi obligadas comisiones.

Todos —especialmente las estrellas, artistas, políticos y deportistas— esperan que los comunicadores vivan para construirlos como héroes, dándoles fama y gloria…

Pobres los comunicadores dedicados a eso: para tales “héroes”, nunca será suficiente. Peor aún: cobrarán la gloria a los mismos que les ayudaron a construirla.

En fin: egoísmos metódicos delirantes, abundantes, por doquier.

El objeto del comunicador es la verdad. Y para establecerla existen fuentes de información confiables y acreditadas. En las actuales circunstancias y coyunturas, el enfoque debe ser propiciar que Abinader gane con mayor comodidad pues —no lo duden— hay partidos de primer nivel dispuestos a facilitarlo a cambio de “la cuota de la boa”.

Llamo a los colegas, entonces, a informarse de y comunicar las razones que posibilitarán la reelección de Abinader.

Y a los gestores de la comunicación oficial a ser humanos, abiertos, objetivos y solidarios. A eliminar la corruptela de “exigir” —obstruyendo pagos y órdenes de colocación— comisiones a los comunicadores. A recordar que comunicación no es “publicidad” sino educación. Y, en este caso y para los fines oficiales: educación cívica, ética, política y ciudadana. Ejercida con profesional integridad.

No se pierde pólvora en garza. La consigna para todos es: ¡a promover y a integrar la objetividad informada!

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