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Sabemos que cualquier ofensa dirigida hacia una persona puede hacer daño. Los niños y adolescentes, en particular, son especialmente sensibles a las palabras y acciones negativas que se les dirigen.

Es importante afirmar y recordar que ofender a Dios también es una ofensa hacia el ser humano. A veces, se piensa erróneamente que ofender a Dios no afecta a nadie más. Sin embargo, debemos reconocer la verdad: es una ofensa hacia nuestros semejantes.

Tomemos en cuenta el valor negativo que tiene una ofensa y la repercusión del daño que puede causar. La empatía y la consideración hacia los demás son fundamentales para construir relaciones saludables y una sociedad más compasiva. Hasta mañana, si Dios, usted y yo los queremos.