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POLÍTICA Y CULTURA

Es esencia y nobleza de Estado

Hay una lírica del Poder político, sublimación de deseos reprimidos o postergados en la búsqueda del orden social del Estado. Trujillo asumió desprovisto de vocación democrática, esa necesidad local del “hombre fuerte” en un Estado deprimente, donde subsistían las sediciones o conflictos internos, los cabecillas de capirote, insuficiencia nodal de las fuerzas sociales productivas, prototipos de la sociedad exigua de “concho primo”. El tirano pretendió albricias en la reposición del orden pretoriano, bajo la férula ideológica del exiguo Estado, débil, que se vendría a cuantificar fuerte en la formulación del centralismo, del culto al déspota hasta llegar a niveles cuasi absolutos de divinidad política. Fue fatalmente una imposición y hubo malquerencias y pudrición del honor de cáfilas y adeptos. Hubo una necesidad de crear el “Estado fuerte” alrededor del caudillo. Para ello, tenían que haber algunas condiciones “sine quan no”. Había que estar desprovistos de ética, de solvencia ciudadana, de decoro, había que tener vocación entreguista y malhadada. A esa comunidad inficionada de súcubos y perversos no podía dirigirla una vanguardia de notables y patriotas. Los pundonorosos, los de la “pura y simple”, los que tenían escrúpulos, los mismos de Capotillo y de la Puerta de la Misericordia, los que hicieron morder el polvo de la derrota a las huestes haitianas y no capitularon después, como Santana ante la Corona española, los que tejieron la bandera nacional con su sangre, que fueron al patíbulo como Sánchez o expatriados como el fundador de la dominicanidad, el inmenso Juan Pablo Duarte, no cupieron en esa sentina de tránsfugas y malhechores. Trujillo hurtó el patriotismo de febrero para sus mezquindades ancestrales. Secuestró una sociedad entera, la degradó a niveles indecorosos. Hizo de la obediencia absoluta un mandato impropio de ciudadanos libres. Su nacionalismo es cuestionable desde que persiguió a patriotas insurgentes y se puso al frente, como un capataz de los usurpadores a “pacificar” el país en el interregno de 1916- 24. El nacionalismo es y será en todos los tiempos, un valor moral contra todos los que degraden o intenten profanar el suelo de la Patria.

El escenario vital de nuestros días, nos coloca de cara a este tiempo, a plantarnos con mesura y firmeza, ante los retos del convulsionado universo de contradicciones y nefandos intereses, en los cuales ha devenido el fraccionado y complejo escenario mundial. Se trata de la lucha por la estabilidad, el crecimiento económico, la estabilización de una sociedad plural bajo la custodia de las leyes y el tribunal de la conciencia ciudadana, preservando las libertades y creando un modelo justo de progreso social y económico, en auxilio de nuestras clases más escuálidas. Es el sentido y el horizonte que ha trazado el presidente Luis Abinader. El modelo democrático de este período que culmina, constituye una de las experiencias más gratificantes en cuanto a estabilidad, crecimiento económico, garantía de inversiones productivas, defensa de la dominicanidad, creación de valores sociales y proyección económica de los estándares de vida de los ciudadanos, así como como seguridad y protección ciudadana. Dejemos atrás los cantos de sirenas, esas monsergas fatales de la demagogia impenitente. Un nuevo mandato constitucional democrático encabezado por el Presidente Abinader es garantía para todos, él es decencia y nobleza de Estado, un amigo, un compañero, un hermano.