ENFOQUE
Inseguridad y oro
La definición que da la RAE (Real Academia Española) a la inseguridad es “Falta de seguridad”. Y de esa definición para no ser agresivo, tan solo diremos con marcada “sutileza” que es estúpida, risible, ridícula, tonta, amorfa, absurda.
El psiquiatra austriaco de origen judío Alfred Adler, publicó en 1912 su libro titulado “Neurosis de carácter”, donde en esencia nos enseña que la inseguridad es el síntoma primordial de los neuróticos de carácter, a diferencia de la neurosis de angustia. Y se caracteriza por un temor consciente y en otros casos inconsciente de la persona afectada. Hay que diferenciar el temor del miedo, este último ocurre ante un hecho concreto. Por ejemplo, un perro con rabia que ya ha mordido a varias personas cerca de usted, es irrefutable que puede provocar miedo. El temor, en cambio, no es concreto, sino más bien “fantasmas” creados por las personas inseguras ante múltiples aspectos de la vida cotidiana.
Existe un término psicológico denominado compensación, el método o estrategia para tratar de encubrir de manera consciente o inconsciente las debilidades o sentimientos de insuficiencia de la persona insegura. Esta compensación tiene tres grados y, en las del tercero, la sensación de inseguridad suele quedar oculta ante el mismo sujeto y los demás, debido a que dan la apariencia de seguridad, como hablando bonito, consiguiendo la “fama rápida” por diferentes vías y en especial tratando de compensar consiguiendo mucho oro-dinero.
Lo anterior no quiere decir que aquellos afortunados con un talento auténtico para hablar y escribir bonito, sean neuróticos de carácter (inseguros), todo lo contrario, es una verdadera bendición tener esos talentos. Lo que debe quedar claro es que el inseguro trata de comportarse de la manera que ya sabemos para compensar la inseguridad que le agobia.
Muchas personas sufren de inseguridad, y se tornan ansiosos e irritables, tratan de buscar seguridad en las cosas materiales, especialmente el dinero, pero pagando el precio de tornarse incrédulos, dudan hasta del amor de quienes les rodean, con un escepticismo constante hacia todas las cosas de la vida cotidiana. Y así terminan siendo huraños, poco afectivos, y más inseguros y atormentados que al inicio de esa loca carrera detrás del oro- dinero. Y suele apoderarse de ellos un “insomnio rebelde” a los psicofármacos ansiolíticos.
Hay dos grupos de inseguros. En el primero están aquellos con un afán constante por obtener el oro que convierten en su dios, y sufriendo por lo que tiene su prójimo, subestiman su condición humana, hasta tal punto que se convierten ellos mismos en sus principales contrarios. Y los ataques y críticas que se hacen a sí mismos, parecerían estar dirigidos por un “diablillo” interno que se ha propuesto destruirle y obsequiarle una vida desgraciada. Está claro que los de ese grupo no lograron la “bendición” del dios oro.
El otro grupo está constituido por aquellos que sí lograron la prosperidad anhelada, ya sea por negocios, oportunismo político, actividades ilícitas, y modernamente también por ser religiosos tramposos. Contrariamente a lo que podría pensarse, la angustia de este “grupo triunfador” es mayor que la del primero, pues viven dominados por un temor constante (aunque no siempre consciente) de perder sus posesiones, ya que consideran que ellas constituyen su carta de presentación. No se valoran en base a sí mismos como personas, sino por lo que tienen (desde un cargo administrativo hasta cualquier cosa), pero como esas pertenencias pueden perderse, entonces no logran disfrutar de manera auténtica de lo que tienen porque todos sus esfuerzos se concentran en tratar de conservar sus pertenencias. Los de este grupo tienen un mayor estrés que los del anterior, y lógicamente también padecen de un “insomnio rebelde”. Aunque duerman algunas horas por el efecto de los fármacos ansiolíticos, no logran un sueño reparador.
Pero anhelar la prosperidad no es malo, todo lo contrario, la prosperidad es loable y todos debemos tratar de conseguirla, pero sin confundir nuestro cerebro, sin auto engañarnos, sin pisar las flores de nuestros afectos, sin tener que admitir amargamente como dice la canción de Julio Iglesias “Me olvidé de vivir”. En definitiva, sin matar el verdadero amor y pidiendo a Dios en oración que nos permita disfrutar en paz la prosperidad que logremos obtener. La Biblia plantea que "La bendición de Jehová es la que enriquece, y no añade tristeza con ella" (Proverbios 10:22). Y “Además, cuando Dios concede a un hombre riquezas y tesoros, le deja disfrutar de ellos, tomar su porción y holgarse en medio de sus fatigas, esto sí que es un Don de Dios. No recordará mucho los días de su vida, mientras Dios le llena de alegría el corazón" (Eclesiastés 5:18).
Un síntoma neurótico común a ambos grupos se denomina “Afán de complacer”. O sea, estas personas inseguras hacen casi hasta lo imposible por llevarse bien con todo el mundo, son hipersensibles a cualquier cosa que puedan interpretar como rechazo o critica de los demás. Lo verdaderamente triste es que estar bien con todos resulta una meta imposible de lograr. Y esto lo muestra nuestro maestro Jesucristo cuando plantea que “Porque vino Juan el Bautista, que no comía pan ni bebía vino, y dicen: demonio tiene. Ha venido el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: Ahí tienen un glotón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores”. (Lucas 7:33-34). Eso nos enseña que debemos sentirnos bien con nosotros mismos cualquiera que sea nuestra situación psicosocial.
El pueblo de Israel, que deambuló 40 años por el desierto al salir de Egipto, tuvo una sensación de “inseguridad colectiva". Viendo el pueblo que Moisés tardaba en descender del monte, se acercaron entonces a Aarón y le dijeron: “Levántate, haznos dioses que vayan delante de nosotros; porque a éste Moisés, el varón que nos sacó de la tierra de Egipto, no sabemos que le haya acontecido”. (Éxodo 32:1)
Aarón en ausencia de Moisés había quedado como líder del pueblo. Pero por su inseguridad, en lugar de calmar al pueblo con palabras de sabiduría, cedió a la presión y él mismo diseñó un becerro de oro que fuese el sustituto de Yahvé.
En nuestro país, en 1975, ocurrió lo que parecía que sería una gran crisis, debido a algo inédito: la renuncia de manera conjunta de los jefes militares. Y ciertamente había razones para sentir temor, porque tan solo diez años atrás habíamos tenido una cruenta guerra civil, que pocos días después se convirtió en guerra Patria. El asunto es que el doctor Joaquín Balaguer, quien era el presidente, no se inmutó. Mantuvo la calma, continuó con su rutina habitual, y varios días después comenzó poco a poco a sustituir a los jefes militares renunciantes. Y el “globo” que presagiaba una gran crisis se desinfló por completo, porque Balaguer con la seguridad que demostró, actuó como una expresión maravillosa de los norteamericanos: “Se hace lo que se tiene que hacer”.
Otra situación en la cual entra el temor, ocurrió un domingo 4 de julio de 1982, con el lamentable suicidio del presidente Don Antonio Guzmán por varios motivos:
1-Fue un ser humano verdaderamente noble, desprovisto de ideas deliroides de grandeza; por eso tuvo el coraje y la dignidad de rechazar la propuesta de los norteamericanos de facilitarle ser presidente, con la condición de que deportase a muchos de nuestros compatriotas, cuyo único “delito” había sido defender al país arriesgando sus vidas en combates desiguales. A Don Antonio no le deslumbró la propuesta y actuó con dignidad. Y 13 años después nuestro pueblo lo eligió como presidente en una campaña diseñada por José Francisco Peña Gómez, con una sabiduría equivalente a la maestría del gran Sun Tzu, en su libro titulado “El arte de la guerra”.
2-Como se mencionó la palabra temor, debemos aclarar que Don Antonio Guzmán no era un hombre inseguro y timorato, sino que existe lo que se conoce como “Suicidio por honor”, el cual solían hacer los comandantes de barcos de guerra, cuando percibían que su nave se hundiría por los daños ocasionados por los destructores contrarios. En el caso de Don Antonio Guzmán, su temor no era personal, sino a que su familia fuese vejada, mancillada y maltratada de manera vergonzosa, como aseguraban los rumores maledicentes. Ese suicidio pudo ser evitado, si hubiese sido tratado por un psicoterapeuta capacitado, capaz de penetrar a las profundidades de la psiquis humana.
La admiración de quien esto escribe por Don Antonio Guzmán es tan grande que viajé a la provincia olímpica y carnavalesca de La Vega para hacerme una foto en lo que se conoce como “Plaza de los Presidentes Veganos”, que son Don Antonio Guzmán y el profesor Juan Bosch.
Finalmente, nuestra exhortación a buscar la prosperidad de manera natural. Y si alguien tiene el síntoma del afán de complacer, recordar que Jesucristo nos enseña que esa es una meta inútil.
El autor es psiquiatra y general (R) del Ejército