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SIN PAÑOS TIBIOS

Radicalismo electoral

En el fragor de la batalla, es difícil ver más allá de unos pocos metros. Mientras más cuerpo a cuerpo sea el combate, el horizonte de visión se reduce; y lo que aplica para la guerra aplica para la política (¡Aplausos para Clausewitz!), así que no sorprenden los arrebatos de radicalismos que, de cuando en cuando, o más específicamente, de elección en elección, se dejan ver entre los políticos de todos los partidos.

Desde el emblemático parte aguas aquel, de que el país se dividía en dos -peledeístas y ladrones-, y que luego un tapabocas de la historia se encargó de desmentir; la falsa superioridad moral de la izquierda; y las frases lapidarias que salpican todo el anecdotario criollo; a lo largo de la historia, así como cada día trae su afán, cada campaña trae sus personajes. Mientras se acercan las fechas de los comicios, en todos los partidos afloran reacciones altisonantes, alarmistas, e irrespetuosas, que en algunos casos han llegado a la violencia física, con resultados lamentables.

Razones sociológicas e históricas las habrá, pero la idiosincrasia del dominicano no es de ir hasta las últimas consecuencias en materia política. A donde han llegado otros países de la región, ha sido el resultado lógico del sendero que empezaron a transitar hace décadas. El quiebre de la gobernabilidad en buena parte de Latinoamérica ha sido posible, porque primero se rompió el acuerdo político, ese que se sostenía en códigos, tabúes, normas y prácticas; de ahí a dinamitar el orden social sólo había un paso.

El discurso que intenta deslegitimar al sistema partidario (y a los políticos), sobre la base de su incapacidad en satisfacer las necesidades estructurales de la sociedad, es válido; pero ese también es el ariete que utilizan los enemigos del sistema para poder tomarlo, dinamitarlo desde dentro, y acabar con la democracia. Ejemplos de anti-sistemas que querían “salvarnos” de los políticos hay en muchos países de la región, -de izquierdas y de derechas-, y ya vemos cómo terminan. Con sus imperfecciones y taras, nuestro sistema funciona y se legitima en cada proceso electoral, y también en los consensos, acuerdos y la capacidad de diálogo que existen entre sus integrantes; y a eso siempre debemos apostar, y en eso tenemos siempre que coincidir. Hoy, más que nunca, es necesario fortalecer mecanismos que faciliten el intercambio respetuoso y tolerante de ideas y opiniones, independientemente de quién sea gobierno y quién sea oposición.

Dejarse seducir por los cantos de sirena de los radicales de siempre -los que no han sumado ni construido nada-, es tan peligroso como hacerse eco del lenguaje incendiario e intolerante de las redes sociales, cuyo algoritmo favorece el conflicto y el radicalismo. En nuestra historia recientísima abundan ejemplos de disonancias entre postulados virtuales y ejecuciones reales; entre declaraciones ampulosas y prácticas contrarias. El mundo de la política se sostiene en la política, en lo que somos, en los valores que llevamos dentro, esos que nos permiten mirarnos a los ojos, y, a pesar de las diferencias, darnos las manos.

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