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MIRANDO POR EL RETROVISOR

Perdonen la “neciedad”

En el argot periodístico usamos con frecuencia la frase “el papel lo aguanta todo” cuando vemos publicada una información, especialmente sobre una promesa que será prácticamente imposible poder cumplir.

Al leer la semana pasada promesas de aspirantes a las alcaldías en el Distrito Nacional y la provincia Santo Domingo contenidas en sus programas de gobiernos municipales, la frase adquiere mayor validez.

Prometen ciudades ordenadas, seguras, sostenibles y hasta digitalizadas, pero realmente las alcaldías no pueden tan siquiera garantizar la limpieza y el ornato, sus principales prioridades.

La incapacidad de establecer rutas de frecuencia para la recogida de desperdicios y garantizar que se respete la medida, un simple detalle que mejoraría la maltrecha imagen de la ciudad, ha convertido al llamado Gran Santo Domingo en un “Gran Vertedero” que solo provoca cada día más lástima e impotencia, por ver convertida la demarcación en una de las más sucias de Latinoamérica.

Calles, avenidas, aceras y contenes están repletos de desperdicios, en su mayoría plásticos, que ya se han convertido en parte de la cotidianidad de los ciudadanos. Literalmente convivimos entre la basura, sin que observar tanta suciedad provoque el más mínimo sentimiento de culpa o repulsa.

Esas promesas de campaña y programas de gobiernos municipales siempre quedan en el olvido, porque una vez se logra el triunfo, la mayoría de los recursos se dedican a las abultadas nóminas que complacen el aporte de acólitos a la victoria electoral.

A esto se suma que ningún presidente de la República, pese a que juran al tomar posesión cumplir con la Constitución y las leyes, ha respetado la norma que ordena entregar un 10% del presupuesto nacional a los ayuntamientos, bajo el argumento de que no se pueden poner tantos recursos a disposición de malos administradores.

A propósito del 211 aniversario del nacimiento del patricio Juan Pablo Duarte, creador de la nacionalidad dominicana, recordamos que en su proyecto de Constitución concibió al Municipal como el primer poder del Estado, porque siempre consideró la descentralización y el peso político de los gobiernos locales como esenciales para el desarrollo de la naciente nación.

Pero ese ideal duartiano ha quedado en una aspiración, ya que aunque el artículo 199 de nuestra Carta Magna establece que los gobiernos locales gozan de patrimonio propio y de autonomía presupuestaria, el éxito de cualquier gestión municipal está muy ligado a las dádivas que pueda otorgarle el Presidente de turno, quien obviamente suele ser más generoso con los ediles de su partido.

La debilidad e inoperancia de los gobiernos municipales se ha puesto más en evidencia cada vez que llueve copiosamente en el país, debido principalmente a su incapacidad de revertir la cultura de suciedad que llevamos adherida hasta los tuétanos.

Y claro, las alcaldías terminan pagando la mayor culpa, aunque si somos justos, corresponde también a la gran mayoría de ciudadanos que no sienten amor por su ciudad.

Decir que los ciudadanos sienten “amor por la ciudad”, en referencia a la capital y, luego verlo publicado en diarios, desentona con la agresión a que sometemos diariamente a la Ciudad Primada de América.

Cuando pensaba el pasado jueves si escribir sobre un tema tan recurrente y que he abordado en otros artículos, recordé la canción “Amor verdadero”, incluida en la producción musical “Fantasmas”, lanzada en el año 1981 por el salsero estadounidense de origen puertorriqueño, Willie Colón.

La recordé por dos detalles. El primero, porque la canción trata la realidad de un hombre que lamenta incurrir en la necedad de solicitarle a su pareja que le repita constantemente que lo quiere, porque es su idea del amor verdadero.

En el caso de la ciudad Santo Domingo no basta solo decir que la amamos. Hay que demostrarlo cada día evitando afearla con los desperdicios que se arrojan sin ninguna consideración en las vías públicas. Como en las relaciones de parejas, no se ama lo que agredimos, se ama lo que protegemos, respetamos y cuidamos.

El segundo detalle es que un estribillo de la canción reza: “Yo no quiero molestarte, perdona la necedad”. Ese tema musical lo grabó también un reconocido “merenguero de calle” y a la palabra “necedad” le agregó el diptongo que tengo entrecomillado en el título de este artículo.

Sé que incurro en una necedad cada vez que trato el tema sobre la acumulación de basura en las vías públicas y tal vez provoco hartazgo con un problema del que quisiera dejar de escribir.

Si insisto es que, como el papel, quizás pensamos que la ciudad a la que no paramos de ensuciar sin piedad, lo aguanta todo. Así que no quería molestarles, pero muy al estilo del merenguero de calle, perdonen la “neciedad”.  

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