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La búsqueda de un “dios digital”

Estamos a las puertas de una nueva civilización humana. Nos acercamos a la más radical transformación de nuestra arquitectura cognitiva en la historia. Con impactos que superan, en sus inicios, a la invención de la imprenta, máquina de vapor, electricidad y al propio internet; la inteligencia artificial (IA) remueve cimientos, desdobla poderes, borra fronteras y distancias y, por su categoría universal, remodela cada edificación de la cultura sostenida hasta hoy. Adicionada a este acertijo, dos siglos después de la modernidad liberal, enfrentamos una oleada de egoísmo jamás conocida. Verdadero totalitarismo de la multitud, fomentado por un distintivo retroceso de la conciencia crítica.

En paralelo, ambos fenómenos, plantean el reordenamiento de la vida común y una indefectible reorganización del abanico social en todos sus ámbitos. Nada quedará al margen de ello; nadie estará ajeno al desafiante momento que gestan, aun sin andadura completa, los pasos despampanantes de otro destino para nuestra especie. Porque, la IA afectará todos los fragmentos de la vida y de la condición humana.

Más que concepto, derivación algorítmica o cibernética, la IA entraña, como sugiere el filósofo francés Eric Sadin (2020), en su texto “La Silicolonización del Mundo”, otro sistema de modificación de la racionalidad, cambio profundo del espacio político, jurídico, psicológico y cognitivo del sujeto. Giro cualitativo en el cual “la naturaleza de lo digital se modifica, dando lugar a una actitud interpretativa y decisional que, en tono imperativo, orienta la realización de acciones y soluciones de modo automático, implantando un poder de guía con amplias prerrogativas, basado en la visión del mundo tecno-ideológico y conducido por un superyó dotado de la verdad”.

Aunque es industria y razón económica también -evoca Sadin-, nos involucra en un enorme proyecto civilizatorio. Maquinaria, tecno-poder que, además de sus fines, resignifica el emprendimiento del tiempo de “la medición de la vida, donde el dato domina la razón social, política y cultual, bajo el manto del reordenamiento automatizado del mundo”. Todo ello prescribe otra filosofía de la historia, enfrascada en la digitalización de la existencia. Afrontamos el proyecto-época interdisciplinario, exponencial e integral, “donde articulan nanotecnologías, biotecnologías, tecnologías de la información y ciencias cognitivas.”

¿Presenciamos la mutación imparable de un mundo mejor o peor del que conocemos? Miradas contrapuestas entre tecno-optimistas y tecno-escépticos despeñan de esta interrogante y mayúscula aporía. Primero, la visión de la promesa que sortea alcanzar el grado superior de compasión y consumación, nunca visto; segundo, para los menos confiados, el enigma de un Leviatán monstruoso, con posibilidades matemáticas y redes neuronales ilimitadas que, según Larry Page, cofundador de Google, será comparable únicamente a la búsqueda de un dios digital…

Anhelos y desvelos impregnan esta época de la que, por lo pronto, no obtendremos respuestas valederas ni firmes. Pero es indudable que la humanidad atraviesa una policrisis, afectando dimensiones ecológicas, económicas, tecnológicas, migratorias, políticas y éticas. Y, como advierte el filósofo Andrés Merejo (2024), en diálogo con el uruguayo-alemán Rafael Capurro, esta gama de disturbios preceptúa una reflexión filosófica cibernética, profunda, alejada del determinismo, el pesimismo y el fatalismo, vicios que suelen enturbiar el análisis hermenéutico de los graves problemas humanos.

Alineados o no, tecno-optimistas y poshumanistas añoran la idea de sumar todavía mayor velocidad y alcance a la IA, pues, para ellos, videntes convencidos, el problema per se radica en la lentitud que capitanea la propia revolución tecnológica. Profetas inconformes, tanto de las metas positivas como del progreso logrado, aspiran a otra civilización: Capaz de implementar esa superinteligencia masiva y abierta, antesala de un hiperdesarrollo descomunal. Opuestamente, con reservas éticas y mayor sobriedad, el altruismo efectivo, acoge a quienes desconfían de tanta bondad y profético bienestar, y apuestan por una programación moderada, sigilosa y gradual.

El impulso para escalar al Chat GPT-4 ha sido ensordecedor y frenético. Acariciando el siguiente peldaño, Chat GPT-5 que, a juzgar por los pronósticos, será hijo del vértigo, la elevación y la velocidad suprema. Desde el 2015 la élite de Silicón Valley (palabras de Sadin) comenzó a operar Open AI, en sus inicios sin fines de lucro, tratando de atenuar los traumas que pudiera conllevar el avance de la IA. Previendo los riesgos probables de manos inescrupulosas y ambiciones descontroladas. Pero la IA pausada y cautelosa no será posible en un mundo dominado por el dinero. Por eso, de la etapa generativa (actual) a la clave de la singularidad (autonómica y separada de lo humano), la distancia será más corta que un guiño. Singularidad, explica aquella IA fuera del control total, con entidad propia, exterior al sujeto, de código abierto y accesible para todos

¿Serán mentes no-humanas más inteligentes, que considerarán obsoleta la inteligencia natural? Los efectos de ese mundo, que dejará de ser común para muchos, recaerán, insospechados, sobre millones de vidas en el planeta.

Agrietado por la desilusión y la amargura del presente, el sujeto individual va atraído por eso que Sadin llama “giro incitativo de la tecnología”. En las máquinas encuentra al asistente inseparable, el acompañante predilecto, con horario e itinerario completos; convirtiendo ese “estado naturalizado” en otra emancipación que enmascara la conciencia. Autoconcebido como autónomo, el individuo se somete por voluntad a la mercantilización de la vida, pasando del estado inicial a otro imperativo, prescriptivo (casi coercitivo), legitimado sin discrepancia por la dulce fortaleza de la IA.

La algoritmización de la vida es un hecho. Los impactos ya superan al individuo particular, explayándose a diferentes sectores colectivos. Mientras, en su pendiente individualista, late el corazón de un egoísmo cool y absolutista. Tocados cerebro y corazón de la persona solo quedan por interpretarse los flujos emocionales que, una vez identificados, estarán a disposición y amplitud del mercado, en cada banco de datos, empresa, entidad, sitio de plataformas, ventas…Pero el debate sobre temas medulares que competen a la sociedad queda relegado, diluido, marginado. Quizás sea esta la acción no-política más política e ideológica de la historia contemporánea.

El éxito de la trampa emocional queda patentizado cuando el sujeto, autoconvencido de su elusiva gloria individual, acepta el acompañamiento como una nueva aventura emancipatoria, entre la libertad fingida y la sensación compensatoria. ¿Cómo responder un problema que, acrecentándose, no ha sido descifrado en su totalidad? Otra vez, el peso de la ética deberá inclinar la balanza de la nueva vida prometida…

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