Celebrada por primera vez en 1971, la reunión anual de líderes políticos y empresariales en Davos, Suiza, dio en esta ocasión muestras de desgaste. El entorno siguió siendo fabuloso, en las montañas, con la típica arquitectura de ese enclave preferido por los vacacionistas. Pero la persistencia de las confrontaciones geopolíticas, los conflictos ideológicos, las desigualdades económicas y el progresivo deterioro ambiental, infundieron al foro un sentido de frustración y desaliento, poco disimulado por las expresiones de esperanza y cooperación.
Se había previsto que el encuentro de este año marcaría el final definitivo de la pandemia y el retorno a la ruta del desarrollo económico. Ciertamente, a pesar de las nuevas variantes del virus, la pandemia ha quedado atrás, pero ha sido reemplazada por eventos bélicos y ecológicos cuyas perspectivas son alarmantes. No parece haber soluciones viables a corto plazo, lo que propicia la existencia de un ambiente pesimista en el que se duda de la capacidad del foro para influir sobre los acontecimientos.Los datos favorables, como ha sido el descenso de la inflación global, fueron superados por la inquietud derivada de las guerras y el cambio climático. Sectores como los del petróleo y los armamentos mejoraron sus ganancias, pero ésos no son el tipo de productos que se desea fomentar. Y se redujo la presencia de jefes de estado en la reunión, siendo muchos de ellos representados por ministros y otros funcionarios.
Fue tema obligado la inminente oleada de la inteligencia artificial, cuyo impacto motivó cautelosas advertencias de parte del FMI y otros organismos respecto de las posibles pérdidas de empleos. Contrastó la visión optimista de Microsoft, que aprovechó la ocasión para promover su alianza con la empresa de investigación más avanzada en ese ramo. Y el foro tiene destacados adversarios. Ron DeSantis, gobernador de la Florida y aspirante a la presidencia de los EE.UU., lo ha descrito como una amenaza a la libertad manejada por los chinos.