SIN PAÑOS TIBIOS
De bots, influencers y otros demonios
Arrecia la campaña y la dinámica electorera se agudiza. Clientelismo, inauguraciones, campañas sucias, publicaciones, videos originales o trucados y un sinfín de narraciones y piezas publicitarias desfilarán por nuestros ojos, inundando el espectro radial, televisivo; saturando ondas y frecuencias; atiborrando de afiches con rostros feísimos y sugerentes, calles, avenidas, carreteras y caminos vecinales.
En las redes sociales el pugilato será mayor y los códigos, tabúes y reglas que operan en la política –que se expresan en medios tradicionales y formales– no rigen en las plataformas de interacción social, ni mucho menos los criterios de rigor y veracidad que se imponen en el periodismo tradicional. Si hacemos una analogía militar, las grandes batallas de la guerra electoral se librarán en las calles y los medios –bajo códigos tradicionales–, sin embargo, la guerra sucia se hará en las redes, y ahí no habrán reglas de ningún tipo, salvo las que las propias plataformas imponen a sus usuarios.
Quien primero entendió la importancia de controlar el relato en redes sociales fue el PLD, y no como una estrategia maquiavélica, sino más bien por coincidencia temporal entre el surgimiento de estas nuevas herramientas comunicacionales y sus ejercicios de gobierno. No hay nada nuevo bajo el sol, y el poder gusta siempre de ser alabado, ensalzado y cantado; para ello ha usado poetas, cantantes, teatristas, decimeros y lame botas de todo tipo a lo largo del tiempo y el espacio, sin excepción.
En tiempos de redes la dinámica sale del control tradicional, y, aunque se puede incidir y decidir en el discurso dominante, los espacios virtuales se auto organizan bajo criterios diferentes, permitiendo que perfectos desconocidos en el mundo real se constituyan en celebridades en el ámbito virtual, capaces de contribuir –por activa o pasiva– en la construcción de determinada percepción en torno a un tema, o lo que es lo mismo, moldear la realidad.
En X (antiguo Twitter) el rifirrafe se aprecia en toda su dimensión, y tanto gobierno como oposición han decido medir fuerzas a punta de “bots”, tendencias inorgánicas, o la cooptación de “influencers” que, de lado y lado, fungen como caja de resonancia de lo que diga el que contrata o detractores de lo que diga el adversario.
La estrategia es tonta y absurda, pues se despliega en clave maniquea, donde lo que diga uno lo invalida el otro, y viceversa –cualquierizando la verdad–, mientras todos en la red observan cómo se pelean en el coliseo virtual, anulando la posibilidad de que los ciudadanos tomen una decisión electoral sobre la base de argumentos, sino más bien de repeticiones de contenido generado por mentes invisibles, hora locas de bots, o descalificaciones que rayan el irrespeto.
Habrá que ver si la estrategia es eficiente y se traducirá en votos, o si simplemente es un diálogo de sordos dentro de una habitación cuyas paredes son espejos. En lo que llega febrero, toca intentar salir indemne ante cualquier posición que se asuma, que francotiradores habrá en todos los techos, y nadie quedará salvo.