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Umbral

De la lucha social al gobierno oligárquico

Llegó un momento en que la vocinglería copó, ataviada de ropaje social, de independencia profesional y vigilancia de la moral, todo el espectro mediático, tomando como objetivo, hechos que por su naturaleza tenían méritos para ser convertidos en escándalos. Los temas objeto de alborotos, de chillidos que procuraban la excitación de la sociedad, sin escatimar clase social, no se limitaban sin embargo, a cuestiones que, por su tamaño, saltaban a la luz pública, sino que se hurgaba en los infrasonidos, en las indelicadezas de poca importancia, para aumentar los decibeles hasta lastimar los tímpanos del Gobierno y conseguir la reacción de una población que comenzó a abrevar de fuentes que mezclaban lo cristalino con lo turbio.

El recurso de la lucha social se explotó en beneficio de una formación política que instrumentalizó causas justas y, no sólo las contaminó con el interés político, sino que la verdad comenzó a ser manipulada al despojársele de su espíritu, masa, alma y esqueleto: el hecho. Y es que en aquella toma de avenidas y calles, hubo una convergencia de lo puro, expresado en el adecentamiento de la administración pública; con lo impuro exhibido en aquellas manifestaciones que apuraba consignas auto incriminatorias, que recordaban su pasado oscuro por el servicio estatal; exhibido en lo incoherente, presente allí como en otras expresiones de la sociedad con tinte contrario; exhibido en lo anclado en el oportunismo, detectado por el poderoso olfato canino de rastrear el péndulo del poder; exhibido en lo que alberga retama: aquellos resentidos que marchan hacia donde el combustible de los instintos más bajos les conducen.

Allí pereció fraguarse un proyecto de gobierno que al final ha terminado calcando lo peor de aquellas expresiones. Lo sano, que interpretó todo aquel movimiento como una revolución de colores, ha caído en cuenta de que fueron instrumentalizados con fines políticos partidistas; pues “apolíticos” o “apartidistas” decidieron sumarse a la acción de abrir cien flores y poner a competir cien escuelas, sin darse cuenta que todo respondía a un proyecto político-partidario que tenía como fin en sí mismo la toma del poder, pero que, ya en el Gobierno, éste apuntaría a propósitos concretos, centrados en el diseño de un plan orientado a la configuración de un poder oligárquico, para lo cual comenzó a operar un esquema de desmonte de una estructura institucional abierta, a los fines de sustituirla por un escuadrón de allegados al jede de Estado, que aspira a liderarlo.

El proyecto, por su naturaleza excluyente o de pocos, que pone al Estado al servicio de sus negocios con agendas de lo público-privado con estrictos fines rentistas, en los que las ganancias tendrían carácter privado y las pérdidas público, también necesita incorporar a su estructura, como de hecho va incorporando, a académicos, intelectuales, periodistas, abogados, activistas sociales y hasta sindicalistas, con el objetivo de crear toda la base teórica para la construcción del relato que asumirán los comunicadores y servirá de apoyo a los que se encargarán de operar en los diferentes niveles de la sociedad y estructuras de poder formal o fáctico.

Para ello es indispensable el control del poder judicial y congresual, porque son fundamentales para impulsar futuras reformas estructurales con énfasis en una nueva arquitectura jurídica que dé legitimidad al nuevo régimen libertario que, sin estridencia y una aparatosa estructura mediática respaldada por 8 mil millones de pesos comprometidos por el resto de la campaña electoral, se instala, encubierto en un discurso engañoso que relativiza la verdad con fines de manipular a una sociedad que, sin embargo, está despierta, atenta y dispuesta a movilizarse para defender el bienestar colectivo.