Puertas a la inteligencia artificial
Este pasado verano se conmemoraron tres lustros desde que Pixar estrenó ‘Wall-E’. Los protagonistas son dos robots autónomos que, en el año 2805, en un planeta tierra abandonado por los humanos, ayudan a derrotar a una inteligencia artificial (IA) que se ha erigido como el principal soporte de una humanidad que vaga por el espacio, hasta el punto de controlar y satisfacer todos sus deseos y necesidades, eliminando su capacidad volitiva, su libertad.
Quince años después ya estamos hablando de cuáles deberían ser los límites de la inteligencia artificial, cómo establecer esos límites, y el papel del estado en el control de su uso. La IA no es como las soluciones técnicas anteriores, en sí misma no es una tecnología o conjunto de tecnologías, sino la continua expansión de la frontera del conocimiento y su uso en computación. Esto plantea procesos más autónomos, con mayor capacidad de aprendizaje y cuyos resultados son mucho más difíciles de predecir.
Tecnologías como la inteligencia artificial generativa (ChatGPT, Bard, etcétera), el reconocimiento facial, los automóviles autónomos o la robótica ofrecen capacidades ilimitadas para mejorar la vida de los individuos, pero también nos confrontan a riesgos difíciles de valorar y aún más difíciles de regular. Como los luditas en el siglo XIX, existen voces que llaman a su supresión total, sin entender que ya, en este momento, la IA es una parte esencial de nuestra existencia y que gran parte de nuestra vida diaria está, de una u otra forma, vinculada a su uso.
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