SIN PAÑOS TIBIOS

República de la Impunidad Dominicana

Miro el teléfono y vuelvo y leo el mensaje; ya esta situación ha pasado otras veces –muchas veces–, sólo cambian los personajes, el evento disparador, el escenario, pero el libreto sigue siendo el mismo. Nos quejamos porque la corrupción nos llega al cuello y a seguidas sacamos del sombrero la explicación más simple, la de la impunidad.

Y es que corrupción hay y siempre habrá, quizás porque sea un mal inherente al ser humano, aunque desde una perspectiva darwinista constituye un mecanismo eficiente de acumular recursos con menores esfuerzos, lo que brinda una clara ventaja evolutiva (razonamiento perverso, pero válido). Apelamos a la impunidad como explicación universal totalizante, pero la circunscribimos a nuestra clase política solamente; de la misma forma que asumimos que ese mirar para otro lado es la manifestación externa de la alternancia en la “cogioca”, y ahí quedamos.

Al parecer, la impunidad es un rasgo distintivo de la sociedad dominicana a todos los niveles, quintiles, clases y edades. Somos una cultura que premia y estimula la impunidad en las mentiras banales, los pequeños gestos y cifras: padres no sancionan a sus hijos; maestros dejan pasar faltas o tardanzas; profesores asumen excusas a sabiendas que son mentiras; los tapones nos hacen llegar tarde; las alarmas no suenan; no vemos el rojo en los semáforos; se daña la computadora; se cae el internet; se pincha una goma; se nos muere un tío varias veces; el mecánico nos engaña y volvemos con él, e igual pasa con otros oficios; el banco no somete al gerente desfalcador; el condominio no amonesta al vecino necio; la empresa no despide al director o empleado ladrón, sino que lo desahucia; el amigo no devuelve el dinero prestado (o se esfumó cuando lo hicieron funcionario) y luego te abraza efusivo en un restaurante diciéndote “¡Mi hermano!”; la mujer que te maltrató o ignoró luego te busca; el esposo que llega con el cuello lleno de pintalabios y un olor a splash cabañozo y dice que estaba trabajando, etc. Estamos rodeados de situaciones que suponen violaciones de leyes, códigos sociales y normas básicas de convivencia… y las obviamos. La lista es larga e infinita pero nuestra reacción siempre es la misma: dejar pasar y comenzar de nuevo, como si nada hubiera pasado.

Ese es un rasgo identitario nuestro, y ese “deja eso así” –permanente– se sublima en la política, pero al final todo es lo mismo, y, en cierta forma, todos somos iguales, pues si no aplicamos un régimen de consecuencias en lo pequeño, mucho menos en lo grande; de ahí que dejamos pasarlo todo, y quizás, ese mecanismo de descompresión colectivo ha sido la clave de nuestra pacífica convivencia; de nuestra gobernabilidad, de esa estabilidad de la que tanto nos jactamos y presumimos, y que tan beneficiosa nos ha resultado.

Mientras, vuelvo y leo el mensaje del amigo sinvergüenza, y no sé si ignorarlo o aceptar la invitación para juntarnos, porque total, estamos en diciembre y cualquier excusa es válida para darse un trago.

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