ENFOQUE
El progreso caótico
El tráfico en nuestras ciudades, particularmente en el Distrito Nacional, representa un problema cotidiano con consecuencias significativas. Aunque la recolección ineficiente de desechos y la falta de espacios verdes son criticados con frecuencia, la gestión inadecuada del tráfico es un desafío aún más crítico y urgente, que requiere una responsabilidad compartida entre gobierno y ciudadanía.
Este desafío no es solo logístico, sino que también refleja una falta de previsión y compromiso para mejorar la vida urbana. Los embotellamientos diarios, más allá de ser una simple molestia, prolongan los tiempos de viaje, disminuyen la productividad y elevan los costos de combustible y mantenimiento, impactando negativamente el comercio y el desarrollo empresarial. Al final, esto limita el crecimiento económico y la creación de empleo, al tiempo que puede reducir la atracción de inversiones.
Desde un ángulo ambiental, el tráfico intenso contribuye al cambio climático, deteriora la calidad del aire, incrementa riesgos de enfermedades respiratorias y afecta la salud mental. El problema de la movilidad en la urbe no está solo en los tapones vehiculares. La falta de infraestructura para peatones y ciclistas es parte de un caos que también desincentiva la actividad física, aumentando los gastos de salud.
A pesar del patrón de desarrollo urbano desordenado, hay oportunidades para mitigar estos problemas. Se requiere una combinación de voluntad política y conciencia ciudadana para implementar estrategias de largo plazo, como mejorar el transporte público, fomentar el uso de bicicletas y vehículos eléctricos, y planificar áreas urbanas futuras con criterios de sostenibilidad. La participación comunitaria en la toma de decisiones es fundamental para garantizar la adecuación de las soluciones.
Sin embargo, la gestión del tráfico y la planificación urbana sostenible rara vez son priorizadas en el debate político, eclipsadas por temas como el endeudamiento público, el costo de la vida, la energía y la atención sanitaria. Aunque importantes, estos temas no deberían restar atención a la calidad de vida en las ciudades.
Sabemos que una parte de esta crisis urbana es de origen conductual e incentivada por las regulaciones laxas. ¿Cuánto invierte el gobierno anualmente en educación vial? No tengo el dato, pero no percibo un esfuerzo considerable en ese sentido ni una iniciativa sólida que comience en la escuela. Es lamentable, pues volcamos una cantidad impresionante de dinero público en campañas inútiles que solo sirven para alimentar a la boa clientelista.
Es beneficioso estudiar ejemplos de ciudades como Copenhague, Ámsterdam, Curitiba, Singapur y Estocolmo, que han logrado gestionar eficazmente el tráfico y mejorar la calidad de vida mediante estrategias sostenibles. También es crucial analizar informes y estudios internacionales para obtener orientación y ejemplos aplicables a nuestras realidades urbanas.
Los índices de Ciudades Sostenibles de Arcadis, Ciudades Verdes de Siemens, Global Liveability Index de The Economist, Ciudades Inteligentes de IMD y el informe de Ciudades del Futuro de A.T. Kearney pueden ser fuentes a consultar. Estos proveen una valiosa orientación, comparaciones globales y ejemplos de mejores prácticas que pueden ser adaptadas a las necesidades específicas de cada ciudad. El desarrollo inmobiliario y el crecimiento del parque vehicular son, sin dudas, testimonios del dinamismo económico. República Dominicana es la mayor economía del Caribe, representando alrededor del 64% del PIB regional, y la sexta de América Latina. En ese contexto, debemos ponernos en la página del crecimiento sostenible y en ese marco la gestión del tránsito es clave.
Finalmente, es esencial reconocer que solucionar el congestionamiento y sus secuelas requiere inversión. Una gestión eficaz y enfocada, respaldada por la disposición de los ciudadanos a invertir en su entorno, es clave. La acción concertada, informada y comprometida de todos los actores involucrados es esencial para superar estos retos urbanos y revertir o subsanar el progreso caótico.