El Papa Francisco y la redefinición de lo político
“Los mayores obstáculos del presente al desarrollo de buenos ciudadanos son la avaricia, el miedo y el narcisismo” (Martha Nussbaum).
Comienzo con este pensamiento célebre de la filósofa norteamericana Martha Nussbaum, cuya labor intelectual es una comprensión inspiradora y desafiante del quehacer político de occidente, precisamente para apuntar una clave importante de este escrito sobre la definición de lo político en el Papa Francisco.
A lo largo de su intenso y fecundo Pontificado, en importantes documentos doctrinales y en diversas intervenciones públicas, el Santo Padre ha atacado frontalmente y sin medias tintas, el avance imparable y descomunal del imperio de la muerte del sistema capitalista global, y las dificultades o taras culturales con las que a menudo se encuentran trabadas las nuevas generaciones.
“La adoración del antiguo becerro de oro (cf. Ex 32,1-35) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano. La crisis mundial, que afecta a las finanzas y a la economía, pone de manifiesto sus desequilibrios y, sobre todo, la grave carencia de su orientación antropológica que reduce al ser humano a una sola de sus necesidades: el consumo” (Evangelii gaudium 55).
La filosofía crítica
El pensamiento del Papa Francisco se puede situar en sintonía con una tradición filosófica de posguerra, que se vio precisada a señalar las fisuras del mesianismo promisorio del neoliberalismo y, sus halagüeñas como ilusorias propuestas, de ser el motor del desarrollo de los pueblos atrapados en el atraso económico, productivo y tecnológico.
La denominada Escuela de Frankfurt, el estructuralismo con Michel Foucault y Jacques Derridá, el Humanismo Integral de Jacques Maritain, la Teoría de la Dependencia en Brasil, Teología de la Liberación, Teología del Pueblo, la relectura social de Max Weber, el pensamiento débil de Gianni Vattimo, la teoría de la acción comunicativa de Jürgen Habermas, entre otros, marcaron la reflexión filosófica en torno a la política y las sociedades, luego de la segunda mitad del Siglo XX.
La formación filosófica pronto hizo que nos diéramos cuenta de la ruptura existente entre estos pensamientos y la modernidad. Las teorías políticas en las que aún se sustentan las democracias occidentales (Locke, Hobbes, Maquiavelo y los ilustrados franceses) aparecen en entredicho, o simplemente encaradas por una nueva ciudadanía que precisa militar en las diferencias, las alternativas o casi cualquier cosa. De modo que, a este punto muchos consideraran que terminaron las ideologías y el fin de los grandes relatos que en el pasado reciente fungieron como aglutinadores ideológicos de las más esperanzadoras propuestas de transformación política, económica y social.
La emergencia política
El final del siglo XX sentenció la inevitable configuración política en torno al predominio del mercado como matriz inspiradora y generadora de la vida social. La economía se ocuparía de ser, en buena medida, la guía y orientadora del quehacer político.
Con ello empieza a hacerse visible la grieta en torno a la definición de lo nacional para dar paso a la comprensión política de las internacionalización como validación y viabilidad de los estados-naciones y la preponderancia de los organismos internacionales y la compleja bancarización de los recursos y riquezas a través de fondos especializados de inversión, capitalización y empréstitos.
Otro mundo posible desde lo marginal
Junto con todo esto, la reflexión teológica y la enseñanza magisterial, sobre todo de san Juan Pablo II, pusieron el acento en una mirada más humana de la gestión política, que pusiera cuidado en una actuación ética que asegurase actuaciones que reivindicaran a los más desvalidos y sus reclamos de justicia social.
El Papa Francisco, hombre sabio, de ciencia y de una clarividencia desconcertante, en su enseñanza sortea todas estas preocupaciones poniendo los acentos en su lugar y teniendo la osadía admirable de proponer como solución política la colocación de lo marginal como centro de interés; a los pobres y explotados como objeto de la transformación económica que demanda el mundo.
El Santo Padre, obviamente, está en otra lógica. Y no deja de ser desconcertante, porque se trata de un cambio radical de mentalidad, de una apuesta por las personas antes que por las riquezas, los recursos naturales por encima del capital, las relaciones comunitarias y sociales por encima de las relaciones funcionales que distribuyen poder o participación.
La alternativa política del Siglo XXI
Si algo ha dejado manifiesto el Santo Padre a lo largo de su ministerio petrino, es la agudeza y perspicacia de reconocer el poder y el alcance que tienen los distintos actores políticos del momento y los ámbitos específicos desde los cuáles actúan.
No pocos de ellos, no se encuentran ni en los parlamentos ni en entidades estatales. En no pocos casos, se anidan en las grandes industrias tecnológicas, del entrenamiento y la comunicación, destacando su papel catalizador del cambio de las sociedades.
Frente a los estados nacionales, y sin desconocer su importancia, relativiza toda normativa o tradición siempre en favor de la vida, de los pobres y abandonados, de los migrantes y del cuidado ambiental.
Las minorías étnicas y los grupos que sufren acoso, e incluso cierta segregación, son colocados en el centro para, justamente, conseguir respaldo, cuidado y seguridad del Estado, como prometía la filosofía política moderna de Hobbes y los ilustrados.
Reivindica el papel local de los movimientos populares como expresión de la otra política que fragua un modo diferente de ser nación desde abajo, desde las entrañas más humildes de los pueblos.
Por último, se podría señalar el gran impacto moral, ético y espiritual que tiene el Santo Padre en la esfera pública, convirtiéndose así en una referencia de moralidad y una autoridad incuestionable que tiene como base la sobriedad de vida, tanto en las cosas como en las palabras.
El imperio de la justicia es la paz
La preocupación actual del papa Francisco no está, conforme lo antes expuesto, en el secularismo, ni en el relativismo o el vacío de Dios en el mundo. Puede decirse, más bien, que en gran medida, su inquietud principal está centrada en los pobres, la justicia y la paz (Lc 4,16ss) como articuladores de un nuevo orden político.
Su enseñanza es clara: mientras haya pobres y excluidos, y existan guerras e injusticias, será cuestiona la fe en la que estamos cimentados. El compromiso cristiano aspira al cielo, pero lo mira con los pies en la tierra, esforzándose en forjar en este tiempo pasajero la señal clara y palpable de los cielos nuevos y la tierra nueva (2Pe 3,13; Ap 21).
La amistad universal
La gran apuesta política del Papa Francisco está tanto en Laudato si, como en Fratelli tutti. De la lectura atenta de ambos documentos, entre otros, se concluye que nos salvaremos si los pueblos consiguen dejar de lado sus intereses particulares para ir detrás del objetivo común de mantener a salvo la tierra de las agresiones ambientales a que está sometida la creación, y también cuando los individuos se sientan parte importante del nosotros de la familia humana, donde cada ser humano cuenta y es valioso para todos, sin importar su credo, procedencia o identidad.
Estos días previos a la Navidad nos ofrecen una singular oportunidad para junto con el papa Francisco preguntarle a nuestras conciencias qué estamos haciendo con el mundo y con nuestros semejantes.
Estamos en un cambio de época, y el gran cambio está en poner en el centro de las decisiones las conciencias de los ciudadanos y la búsqueda honesta de la verdad, la justicia y el bien común como garantía de una paz verdadera y estable.
El autor es Obispo de La Altagracia