SIN PAÑOS TIBIOS

Cada fotografía es más que un recuerdo

En algún lugar debe estar el viejo álbum que guarda las fotografías de mi infancia; uno rojo brillante, de muchas páginas, que estaba lleno de fotos tomadas a lo largo de toda mi infancia; una que fue vivida en una sociedad de una clase media sin medios, felizmente asalariada, pero que sin embargo podía brindarse ciertas concesiones, como fotografías en los cumpleaños y en otras actividades familiares importantes.

Inmortalizar los recuerdos ha sido siempre un aspiracional colectivo, desde el primer día en que los humanos dibujaron animales y escenas de caza en las paredes de las cuevas, hasta la última fotografía tomada, pues las imágenes, más que fotogramas de una secuencia, son intentos de recrear la realidad

Lo que antes era escaso, caro y ocasional, de repente se ha vuelto cotidiano, inmediato e intrascendente. Más de 24,000 fotografías están almacenadas en la memoria de mi celular esperando que ocurra nada, y si antes podíamos tomar fotografías –pocas y escasas–, al menos las disfrutábamos y recreábamos los recuerdos volviendo a ver las imágenes con amigos y familiares, que en cierta forma las [re]vivían con nosotros. Decenas de miles de fotografías están guardadas en archivos, memorias y nubes; imágenes que se superponen unas sobre otras con tan sólo dejar apretado el botón de la cámara del celular. Y que si antes la logística que implicaba el proceso de toma de fotos (cámara, rollo, revelado) nos obligaba a ser cautos y medidos con el qué fotografiar y cuándo hacerlo, la capacidad infinita de captar imágenes que ahora nos brinda la tecnología, no sólo nos desinhibe al momento de tomarlas, sino que nos hace relativizar los momentos que vivimos y que intentamos atesorar. En términos reales ¿de qué nos puede servir acumular cientos de miles de fotos?, ¿en qué momento decidimos ver esas imágenes para revivirlas o simplemente las vamos acumulando hasta olvidar que la tenemos?

La “civilización del espectáculo” nos hace vivir en la fugacidad de manera permanente, en lo inmediato y lo efímero. Luego de tomada la foto o el selfie, esta pasa al archivo muerto de imágenes que guardamos y de ahí –una vez este se satura– , a la nube, a dormir el sueño eterno; y este proceso conlleva también un cambio de actitud y de comportamiento que, una vez se incorpora al marco mental colectivo, se extiende a otros ámbitos de la vida, de tal suerte que la inmediatez se constituye en norma.

Mientras tanto, lejos de vivir la vida a través de nuestros ojos, hemos decidido vivirla a través de las múltiples lentes de nuestros celulares, y optamos por ver en tiempo real en la pantalla lo que podemos ver en tiempo real nosotros mismos. Imágenes que se van acumulando por miles en los bancos de datos que sostienen la nube, y apenas quedan unas cuantas en nuestro corazón. Lejos de criticar que esto pase, toca aprender a convivir de esa manera, que vamos… que cuando comenzamos a hacer fotografías hubo gente que pensaba que en ellas se nos iba también algo del alma… y quizás tenían razón.