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MIRANDO POR EL RETROVISOR

El “boche” a un periodista novato

Cuando ingresé como pasante a la redacción de un periódico de circulación nacional tenía ese ímpetu de la juventud que describe tan certeramente el cantante francés Charles Aznavour en uno de sus más emblemáticos temas musicales: “A la juventud valiente le gusta discutir, amar y sonreír, dormir bajo los puentes, soñando ser feliz”.

Recordé la canción la semana pasada porque en las redacciones de los medios de comunicación se debate con frecuencia sobre cómo equilibrar la sobriedad de los veteranos periodistas con la intensidad de la nueva camada de redactores.

En ese diario donde hice mis pininos en el periodismo, recuerdo que un día llegué a la redacción y antes de sumergirme en mi jornada laboral, tomé tiempo para saludar a una compañera y hasta reímos un poco por una situación jocosa del ejercicio.

Ni siquiera levantamos mucho la voz en nuestra conversación, pero luego un ejecutivo del diario me llamó a su escritorio para hacerme ver que la redacción era como un templo y si quería conversar en otra ocasión “tan efusivamente” con algún compañero de labores, debía ir fuera, porque no podía interrumpir el trabajo de los demás.

Asimilé el “boche” de inmediato y lo sumé a otras normas que ya se aplicaban rigurosamente en la redacción del matutino.

Era un tiempo en que el silencio en la redacción del periódico solo era interrumpido por el sonido que hacíamos al pulsar las teclas y mover la barra espaciadora de las máquinas de escribir mecánicas. No teníamos audífonos y nuestras grabadoras debíamos colocarlas muy quedas del oído para no distraer a los colegas del entorno. No había pantallas de televisión en la redacción para dar seguimiento al acontecer nacional e internacional, ni celulares para monitorear redes sociales y carecíamos de todas esas herramientas tecnológicas que existen ahora para transmitir las noticias al instante.

Ese ambiente contribuía a que trabajáramos como guardias estrictamente disciplinados, con cero espacios para la distensión en medio de agotadoras jornadas laborales, incluso con paradas para ir al baño solo cuando la vejiga nos advertía que estaba a punto de estallar. Y ni hablar de sacar tiempo para ingerir alimentos, picábamos, mientras seguíamos tecleando incesantemente en las viejas máquinas Olimpia, Olivetti o Underwood, una costumbre que no hemos abandonado ahora frente a las computadoras.

Pero el surgimiento de las nuevas tecnologías de la comunicación y la información lo ha cambiado todo en los medios. Y en lo adelante, con la Inteligencia Artificial a la vuelta de la esquina, se esperan las transformaciones más trascendentales en el ejercicio del periodismo, desde que el alemán Johannes Gutenberg inventó la imprenta en 1440 y que, 522 años más tarde, el sociólogo canadiense Marshall McLuhan acuñara el término “aldea global” para vaticinar la interconexión humana a escala planetaria a través de medios electrónicos.

El antes y el después tienen cada uno sus aspectos positivos en los medios de comunicación, solo hay que reconocer que estamos en escenarios distintos para sacar el mejor provecho del personal que inevitablemente confluye en las redacciones.

Y una experiencia personal puede ser el mejor ejemplo en ese sentido. En mis casi tres décadas de ejercicio profesional en diversos medios de comunicación, nunca mis compañeros de labores –ahora todos veteranos periodistas- me habían celebrado un cumpleaños. Eso ocurrió el pasado 12 de julio cuando los jóvenes redactores del digital en Listín Diario me sorprendieron con un bizcocho, refrescos, abrazos, mensajes de felicitación y agradecimiento, brindándome un momento muy agradable en medio de mi jornada laboral de ese día.

Esos nóveles redactores suelen recibir hasta con un estruendoso aplauso en la redacción a todo el que retorna de sus vacaciones, como una demostración de felicidad por el reencuentro. Los veteranos de la comunicación hemos sido siempre más formales, menos emotivos.

La realidad es que los llamados “periodistas de la vieja guardia”, fuimos forjados y entrenados para ser máquinas de producción de noticias. Tuve un compañero en una ocasión que se ufanaba al decir que generaba más informaciones que el teletipo. Y esa es la razón principal de que nunca tenemos tiempo para cuidar nuestra salud física y emocional.

Sin caer en el debate de cuál tiempo ha sido mejor, se requiere procurar el equilibrio entre la cultura del silencio y la férrea disciplina que exhiben los veteranos periodistas, y el motivador ímpetu de los jóvenes comunicadores de quienes también podemos obtener valiosas enseñanzas.

El escritor francés Víctor Hugo dijo sabiamente que “en los ojos del joven arde la llama y en los del viejo brilla la luz”. Y la novelista estadounidense Pearl S. Buck nos deja al respecto otra frase edificadora: “Encontrar la alegría en el trabajo es descubrir la fuente de la juventud”.

Como comencé con un tema musical de Charles Aznavour, me gustaría al final de este artículo aludir a otro que suelo compartir con mis estudiantes de Comunicación Social: “Desiderata”, una canción hablada que popularizó en 1972 el actor y locutor mexicano Jorge Lavat, autoría del poeta Max Ehrmann. En uno de sus estribillos reza: “mantén el interés por tu propia carrera, por humilde que sea, ella es un verdadero tesoro en el fortuito cambiar de los tiempos”. Sin embargo, al final ese y otros puntuales consejos que ofrece la canción se resumen en una sola expresión: “Esfuérzate por ser feliz”.

Ante esa nueva realidad que late en los medios, los veteranos comunicadores tenemos la encomienda de orientar y guiar con esmero a los jóvenes redactores que serán nuestro relevo, con la mira puesta en que debemos dejar el pandero de la comunicación en las mejores manos.

Sobriedad y distensión con disciplina se pueden combinar perfectamente como un nuevo orden en las redacciones para humanizar cada día más las intensas jornadas laborales en los medios de comunicación.

Así cumplimos con nuestro sagrado deber de dar las noticias y también nos esforzamos por ser felices en medio de una labor tan estresante y agotadora.

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