SIN PAÑOS TIBIOS

¿Balaguer merece una disculpa?

Las elecciones de 1994, más que una oportunidad de cambio de gobierno, eran también la oportunidad para salir de Balaguer y de todo lo que él representaba. En aquel momento, quienes ostentaban candidaturas y posiciones directivas en los principales partidos opositores se encontraban en la madurez de su vida y muchos habían sido compañeros de lucha e infortunio de esa legión de jóvenes que enfrentaron y cayeron en la lucha contra los llamados “Doce Años”.

Para los líderes y dirigentes del litoral opositor de entonces, Balaguer era la quintaesencia de la truchimanería política, y no sólo cuestionaban sus prácticas y manejos, sino que le enrostraban su obsesión patológica con el poder, más que como un rasgo de su personalidad mefistotélica, como un atributo funesto y signo distintivo compartido por todos nuestros gobernantes, desde Santana hasta él.

Y es que Balaguer vivía por y para el poder, y como todos los caudillos dominicanos, sólo consideraba la muerte o el destierro como las únicas alternativas posibles para dejarlo. A los ojos de muchos de los jóvenes de aquel entonces, era una vergüenza contemplar a un anciano gobernándonos, porque no era posible entender su negativa a dar paso a la juventud; esa cerrazón a ceder su espacio que castró a toda una generación de políticos; esa ambición desmedida de mantener su cuota de poder, impidiendo que el relevo natural tomara su turno.

Tres décadas después, mirando todo en retrospectiva y viendo actuar a los mismos personajes de siempre, ¿vale la pena preguntarnos si acaso fuimos injustos con Balaguer? Y no hablo del Balaguer que pisoteó derechos y libertades, o que asesinó a muchos jóvenes cuyo único crimen fue aspirar a un país más justo, en donde la gente tuviera derecho a educarse, a una vivienda, etc. No, ese no merece perdón. Hablo del Balaguer que se empecinó en permanecer en el poder e impidió la alternancia generacional, aunque, más que hablar sobre la obsesión de Balaguer, tendríamos que hablar sobre la obsesión de aquellos que le adversaron –y que luego le sucedieron– por permanecer en el centro de la palestra pública desde sus respectivos nichos de poder, a toda costa.

Y es que desde la izquierda hasta la derecha, en la mayoría de los partidos políticos se mantienen los mismos dirigentes de siempre; y a esa realidad tampoco escapan los gremios empresariales, sindicatos, centrales obreras, academias, altas cortes; ni mucho menos clubes sociales, federaciones deportivas, asociaciones gremiales, colegios de profesiones libres, y un largo etcétera.

Porque la única diferencia entre Balaguer y todos ellos, es que aquel no presumió de ninguna superioridad moral, porque se auto percibió como una marioneta del destino y actuó sin ningún apego o restricción ética. En cambio, los que históricamente le adversaron, denigraron y cuestionaron, replicaron concienzuda y sistemáticamente su obsesión por la permanencia en el poder, entendido este como cualquier espacio, cuota o actividad que permitiera imponer la voluntad individual sobre la colectiva, aún a costa de impedir que el ciclo de la vida se reprodujera en el de la política.

“Mientras respire que nadie aspire” –decían sobre el viejo–, y, sin embargo, hoy sus adversarios se deleitan imitándolo, aunque apenas sean lastimosas caricaturas… y lo peor, ni siquiera se dan cuenta. 

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