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PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

Arrupe en el Vaticano II: el misionero ha de aplatanarse

El 12 de octubre, cuando se debatía el esquema sobre la actividad misionera de la Iglesia, el Padre Arrupe tomó de nuevo la palabra en el aula conciliar. Se estaba cocinando el futuro decreto “Ad gentes” del Vaticano II.

Arrupe animó a todos a llevar adelante una “seria y consecuente inculturación de la fe”, llamando la atención sobre los desafíos que enfrenta cualquier misionero.

Por un lado, encontrará las dificultades de cualquier labor de apostolado en el mundo moderno.

Tendrá que responder a objeciones teológicas, filosóficas, lingüísticas, sociales etc., y por otro enfrentará los obstáculos provenientes del encuentro con “antiguas y ricas culturas y religiones (como son el budismo, el shintoismo, el hinduismo)”.

Por si fuera poco, se las tendrá que ver con el existencialismo y el marxismo. Arrupe destacó cómo a la hora de buscar la paz del mundo de una manera eficaz, el influjo espiritual de la actividad misionera es decisivo”. Y terminó su intervención con un “llamamiento” para que todos en la Iglesia le metiéramos el hombro a “al quehacer misional.

Arrupe volvió a pronunciarse sobre la actividad misionera.

La ocasión se la brindó la Oficina de Prensa del Concilio Vaticano II que organizó los días 19, 20 y 21 de octubre una serie de conferencias sobre las cuestiones más discutidas en esos días. El 20 de octubre, Arrupe disertó sobre “Cultura y misiones”.

Por primera vez, el recién electo General de la Compañía encaraba a la asamblea de periodistas acreditados ante el Concilio. J. Argaya en su Diario del Concilio recogió las líneas centrales de la conferencia:

“La evangelización ha de tomar al hombre como es, con sus culturas y valores humanos. No se debe llevar al Japón, o a otras regiones misionadas, la civilización y la cultura occidental, sino solamente la fe cristiana [...]. La Iglesia no sólo enseña, sino que también aprende de las diferentes culturas. Algunos pueblos orientales tienen valores de que, acaso, carecemos los occidentales.

La Iglesia ha de respetarlos y conservarlos [...]. La Iglesia está abierta a todos los valores; ha de hacer la simbiosis de las culturas occidental y oriental. Jesucristo es el gran integrador de todo el mundo”. (Ver, Santiago Madrigal, S.J., “Pedro Arrupe y el Concilio Vaticano II”, Estudios Eclesiásticos, vol. 91, 2016, número. 356, pp. 143-172).

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