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Pulso de EEUU con China por Latinoamérica

La administración Biden aprovecha un estancamiento en la inversión china en la región para lanzar la “Alianza para la Prosperidad de las Américas” enfocada en 10 países de Sudamérica, Centroamérica y el Caribe.

La política exterior de Estados Unidos hacia América Latina ha pasado por diversas etapas, enfocada algunas veces en la imposición e intervención y, más recientemente, en el apoyo a las economías de la región y la democracia, pero siempre manteniendo su hegemonía que, por mucho tiempo, pareció incuestionable, hasta que China se convierte en la segunda economía mundial e irrumpe en nuestro escenario continental.

Con el “boom” de la economía del gigante asiático, Beijing pudo destinar de 2005 y 2020 más de 100,000 millones en préstamos a países para Sudamérica, especialmente Brasil, Venezuela, Argentina y Ecuador. El mensaje es claro: Estados Unidos tiene un fuerte competidor con músculo suficiente para disputar ese poder hegemónico.

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En estas primeras dos décadas del siglo XXI ha quedado claro que muchos países vuelven sus ojos hacia China, aunque hay que advertir que, a partir de la pandemia, su economía detuvo su feroz crecimiento y en los últimos años ha decrecido considerablemente el financiamiento para distintos países, aunque todos, casi sin excepción, muestran un crecimiento en el comercio bilateral con China, otra forma que existe para influir en círculos políticos, económicos y sociales.

En todo caso, lo que Rusia jamás pudo hacer, ni siquiera financiando revoluciones durante la Guerra Fría, china lo ha logrado. El resultado que confirma esta situación es la forma en que el hemisferio ha ido cambiando sus relaciones diplomáticas, acogiendo a China y abandonando el reconocimiento a Taiwán, país al que Estados Unidos apoya de forma absoluta.

Como efecto dominó, los países de la región, últimamente Centroamérica y el Caribe, han ido rompiendo relaciones con Taipéi para optar por Beijing, en un claro retroceso de la diplomacia estadounidense, que poco o nada ha logrado hacer para evitar el mayor reconocimiento regional al poderío económico chino.

Las nuevas generaciones –y las no tan nuevas–, poco recuerdan de la “Alianza Para el Progreso”, que el presidente John F. Keneddy lanzó con bombos y platillos allá por 1961. Uno de sus fines ulteriores era blindar a la región por medio de desarrollo, ante un eventual avance comunista impulsado por la Unión Soviética (URSS). Era un momento álgido de la Guerra Fría.

Kennedy fue asesinado dos años después y aquella “Alianza” no alcanzó todas sus metas, aunque mostró a los estadounidenses la necesidad de atender mejor lo que algunos analistas han llamado su “patio trasero”.

Con menos ambición que aquella que mostró Kennedy, el presidente Joe Biden impulsa ahora junto a Canadá y el Banco de Integración Económica (BID), la “Alianza para la Prosperidad Económica de América”, la cual arrancó esta semana en Washington, con la presencia de los presidentes o representantes de Costa Rica, Uruguay, Perú, Chile, Colombia, Ecuador, República Dominicana, México, Panamá y Barbados.

La intención pública de Washington es la de promover “esfuerzos para generar un fondo de inversión” que contribuya al crecimiento sostenible de las economías de esos países. Una frase bonita que, sin embargo, no muestra la intención que hay detrás, como es la de contrarrestar el avance de China en su influencia regional.

El problema de Estados Unidos ha sido muchas veces que, para mantener su hegemonía global con tantos desafíos en este momento –Ucrania, Medio Oriente, y demás– le hacen difícil mantener el foco para crear, fortalecer y mantener una auténtica y profunda alianza con la región latinoamericana.

La economía china golpeada por la pandemia está dando muestras de una recuperación importante. A diferencia de la URSS de la Guerra Fría, Beijing utiliza su músculo económico para ir ganando adeptos y aumentar su influencia en una región que, además, sigue teniendo un impresionante potencial para el crecimiento económico.

A China no le interesa si los países nuestros tienen gobiernos con actitudes democráticas o no. Beijing solamente desea avanzar en este pulso que sostiene con Washington y ganar terreno a base de su economía. Los chinos han comprobado que su estrategia funciona y está por verse qué tan lejos llega la de la Casa Blanca.

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