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SIN PAÑOS TIBIOS

Nuevos aportes doctrinarios sobre el foquismo

Todo proyecto de poder necesita un relato que lo justifique. La pretensión humana por trascender se legitima cuando abreva en corrientes mitológicas profundas, porque toda ideología es, en esencia, un mito.

Según las tesis marxistas-leninistas  Fidel no debió triunfar, porque no existían condiciones previas que soportaran el desarrollo de la aventura guerrillera; pero también, porque según el dogma de Moscú, toda revolución pasaba por el partido, vanguardia organizada del pueblo, y no por un grupo de mugrientos barbudos a medio camino entre la vida y la muerte combatiendo en aisladas montañas.

En la mentalidad castrista-guevarista, los hechos se imponían a las teorías y de ahí surgió el “foquismo”, la tesis de que no era necesario contar previamente con determinadas condiciones sociales, económicas y políticas, ni que la existencia de un partido constituía un requisito básico para impulsar la toma del poder, porque un foco guerrillero bien establecido podía “crear” las condiciones y acelerar la revolución. Vamos, era la interpretación extrema de Marx de que “la violencia es la partera de la historia”.

Como teoría sobre la toma del poder revolucionario, el foquismo fracasó tanto en el Congo como en Bolivia; igual lo hizo en Venezuela, El Salvador, República Dominicana, etc. Derrotado el comunismo, el foquismo perdió vigencia hasta que volvió a surgir en el país, esta vez con un original enfoque doctrinario que se ajusta con precisión a la idiosincrasia dominicana y a las necesidades existenciales de la época de disolución social que vivimos, en la que el dinero y el poder son los únicos referentes válidos.

En su nueva acepción, el foquismo se define como el acto de aplaudir compulsivamente como focas que realizan los barbudos de estos tiempos, –devenidos ahora en empresarios, lobistas, influencers, periodistas, académicos, miembros de la sociedad civi et al.–, que aplauden al poder y sus manejos, pero no sólo al que se ejerce cada cuatro años desde palacio, sino también al que ejercen quienes lo detentan en espacios menores, como partidos políticos de oposición, gremios empresariales, sindicatos, espacios académicos, feudos onegeístas, etc.

Así como el anterior foquismo buscaba el poder y sus beneficios por medio de las armas, el nuevo lo hace por medio de los aplausos. El dominicano del siglo XXI siente una necesidad patológica de postrarse ante él, sin importar el partido o presidente; y, sobre todo, siente una obligación de hacer ver a los demás que está postrado; que aplaude más, sin pretensión alguna de guardar aquello que una vez llamaron refajo; porque disimular está mal, porque lo que está bien es aplaudir, no importa qué, sino a quién... y que lo vean aplaudiendo.

Este foquismo comporta peligros intrínsecos, pues el aplauso de las focas impide que el aplaudido escuche cualquier crítica, por más constructiva que sea, contribuyendo a crear un clima en donde los sesgos cognitivos limitan la toma de decisiones racionales sobre la base de realidades y hechos, pues son tomadas desde la ilusión de la lisonja, aumentado las probabilidades de fracaso.

Pero igual no importa, porque mamíferos al fin, las focas sólo aplauden porque esperan recibir un premio... ya sea una sardina, la mirada condescendiente del líder, un cheque o un decreto.