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Gaza: nacer y morir entre los escombros

Lo digo de una vez, sin retruécanos ni rodeos: Hamas es un grupo extremista y radical, practica el terror y atenta contra ciudadanos inocentes y objetivos de Israel. Por su parte, Israel es un estado modélico de desarrollo, con la mayor proporción de investigadores, científicos y premios Nobel de todo el planeta, y que, por igual, tiene derecho a defenderse. Pero esta verdad, incontrovertible y admirable, no abarca todo el relato; y tampoco hará que otras mentiras se conviertan en verdades. También Alemania, hasta poco antes de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), poseía la mayor cantidad de filósofos, físicos, investigadores y científicos laureados, pero, pese a tanta virtud, los nazis cometieron los actos más crueles, repugnantes y execrables del género humano. Muchos de estos, ironía del destino, precisamente, contra indefensos judíos europeos.

Moralmente es imposible tratar con imparcialidad el conflicto lacerante de Israel y Palestina. Imparcialidad y neutralidad fueron compañeras espurias en las horas más oscuras de las peores pesadillas humanas. Formas innombrables de abrazarse, a ojos cerrados, con los opresores. El Holocausto en Europa, las brutales mutilaciones de Leopoldo II en el Congo Belga, son ejemplos escalofriantes de una historia donde sirvieron de cooperación dantesca y brutal complicidad. Doloroso es describir con propiedad las cosas que, vistas y leídas, refrendan el sufrimiento de una nación-utopía, derruida y aplastada entre las explosiones, las cenizas y los escombros. Palestina es un capítulo triturado de la historia, sintagma creado por el tablero geopolítico del dominio imperial de principios del siglo XX. Entre muchas maniobras, bastaron las reparticiones quirúrgicas como el Tratado Sykes-Picot (1916) y la Declaración de Balfour (1917) …

Hoy, episodios deshumanizantes de niños destrozados por las bombas, ensombrecen, como dijera Adorno, la precaria adultez del raciocinio humano. Testimonios hirientes de una antigüedad mental que, con ira ardiente, imponen quienes están mejor armados. Gaza revive y padece, como en los campos nazis del suplicio, la pulverización de la ética más cruda y elemental, entre ruinas calcinadas. Desbordadas las evidencias de los horrores, sólo algunas creencias, obcecadamente, serán capaces de mantener fidelidad a una narración exiliada de la razón. Si los ataques arteros del grupo extremista Hamas, el pasado 7 de octubre, contra civiles y objetivos militares israelitas son, desde cualquier óptica, repulsivos y salvajes; Palestina, décadas atrás, reveló una prisión ocupada, hecha polvo y constantemente humillada, enseñando el límite rabioso de una idea civilizatoria humanamente quebrada. El sionismo no pone fin a la ocupación de Palestina porque ellos no se ven ni se sienten ocupantes, no obstante, los cientos de resoluciones de la ONU que, a partir del 29 de noviembre de 1947 (Resolución 181-II), ordenan la creación de dos Estados. En Gaza, un apartheid tolerado, se ha sepultado la razón. La barbarie borró el tiempo, porque es el mismo desde hace 75 años: tiempo de bombardeos y casas demolidas y colonos ocupantes y escombros sobre los niños y entierro de la dignidad. Son 2,3 millones de seres humanos que subsisten atestados contra el tiempo, contra la vida, contra toda esperanza y fe. A esta hora, más de un millón 400 mil personas (¡humanas!) han sido desplazadas, hacia…ninguna parte, sin saber dónde ir; sin agua, alimentos, energía, medicinas ni combustibles. Superaron los 6 mil muertos (62% niños y mujeres) y más de 15 mil heridos, justo cuando la ONU susurra a los cirujanos que aún quedan, el problema de operar las víctimas sin anestesia. Occidente, al margen, resuella solicitando “corredores y pausas humanitarias”, pórticos estrechos para agua y alimentos, como si se tratara de ratas o animalitos bajo custodia experimental. ¿Qué importa que la mitad de la población Palestina sean niños e infantes? Total, dirán algunos, allí nacen refugiados, viven refugiados y, si alcanzan a crecer, seguirán siendo refugiados. Las madres, presagiando el porvenir, marcan los nombres de los hijos en sus pequeñas manos, porque (¿parodia de Auschwitz?) muchas familias no regresarán completas. La moral Occidental parece reeditar al homo saccer, retornándolo a Palestina: la figurilla humana de la antigua Roma que, devaluada y despreciada, vaciada de valor vital, a los ojos de aquel mundo, nacía y moría sin derechos ni dignidad ¿Cómo descifrar la prioridad moral de Occidente en este instante? Cuando el terror ha sido reemplazado con más terror, disfrazado falsamente de justicia retributiva, impartida en su versión ultra sangrienta. Episodios siniestros desnudan y recrean angustias pasadas, y acrecientan una infame bestialidad.

Palestinos inspeccionan los daños tras los ataques israelíes nocturnos sobre Rafah, en el sur de la Franja de Gaza, el 22 de octubre de 2023, en medio de los combates entre Israel y Hamás

Palestinos inspeccionan los daños tras los ataques israelíes nocturnos sobre Rafah, en el sur de la Franja de Gaza, el 22 de octubre de 2023, en medio de los combates entre Israel y HamásSAID KHATIB/AFP

La inveterada animosidad que en Palestina ultrajada se renueva, día a día, desde hace 75 años ¡Y quién sabe por cuántos más! Consumada la limpieza, volverán las estrategias justificantes, diseñadas, convincentes. Los sabios de la guerra explicarán el porqué de los demás porqués, y así, sucesivamente, hasta el final...Para ello contarán con la prenda más mimada: la prensa. Vieja y nueva opinión pública, prisioneras de la mentira, ahora con ropaje de posverdad. Los mass media jugarán su rol, como tantas veces lo hicieron, porque para los socios del poder, después de un elevado número de víctimas, es imprescindible llenar de dudas la bastarda realidad.

Apelarán a la antigua memoria, los textos sagrados, pero, más que todo, a cercenar la conciencia de la muchedumbre: del sesgo cognitivo a la apatía moral. Persuadidos de su destino y señal, Israel paga, con mayor proporción, mal por mal.

Por lo tanto, quienes sufren se lo merecen y, los palestinos, se han merecido 75 años ininterrumpidos de expiación, oprobio y negación. Quitando responsabilidad al responsable y provocando una inversión total de la culpabilidad, la historia puede intentar resarcir a los que sufren, pero, rara vez, es capaz de aceptar al derrotado.

Disentir de la mayoría mediática del poder es un acto casi suicida en esta era: el poder de la propaganda es mayor que el de las armas de destrucción masiva. Hoy, la desinformación y la manipulación revientan más vidas que los misiles de largo alcance. Destruyen la conciencia ética del sujeto, destrozan la condición espiritual de la persona, hasta convertirla en un frío espectador. Normalizado ya el dolor ajeno, nadie se aterrorizará por ningún sufrimiento extraño.

Cuando se destroza el alma moral de los ciudadanos, no hay hecho, por horripilante que pueda ser, que no esté justificado. En el entremés sangriento de la tragedia, de gente sin biografía y sin nombre, los niños palestinos seguirán naciendo y muriendo entre los escombros polvorientos de un infierno terrenal llamado la Franja de Gaza…

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