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Congreso y poder

La Constitución de la República Dominicana, en su artículo 4, es clara respecto del gobierno de la Nación y separación de poderes, dice: “El gobierno de la Nación es esencialmente civil, republicano, democrático y representativo. Se divide en el Poder Legislativo, Poder Ejecutivo y Poder Judicial. Estos tres poderes son independientes en el ejercicio de sus respectivas funciones…”.

El primer poder del Estado está llamado a ser el garante de la separación de los poderes públicos y, en consecuencia, de la preservación del sistema de derechos en un marco democrático.

Ahora bien, cuando pienso en cómo sería el congreso ideal, casi por gravedad me llegan algunas consideraciones que entiendo indispensables para contar con una institución realmente madura, legítima y consolidada.

Un esfuerzo mayor por cumplir plenamente con su rol fiscalizador y de contrapeso a los demás poderes, es fundamental para hablar de un congreso idóneo. A saber, que en el legislativo siempre habrá mayorías y minorías. Incluso, mayorías de una misma organización en ambas cámaras, en el caso de ser bicameral, tal como es en la República Dominicana.

Ese es el sistema. Sin embargo, a pesar de que sea una práctica regular, poco debería importar el hecho de que una organización con mayoría y capacidad suficiente para pasar los proyectos con la votación requerida no debe promover la disminución en los debates o discusiones entre los legisladores que, en su totalidad, representan al conjunto de la Nación y su labor allí es, precisamente, ser la voz del pueblo que los elige.

Más aún, escuchar y valorar las ideas, propuestas y planteamientos de las minorías es, inclusive, una responsabilidad de las mayorías que actúan en democracia.

Es válido precisar el origen de la palabra “parlamento”, término que deriva del francés “parlement” y traducido al castellano, expresa la acción de hablar. Por tanto, un parlamento termina por ser un espacio de discursos, de charlas y de discusión constante entre representantes del pueblo, sobre asuntos públicos que impactan en la vida de la gente. Un congreso con ausencia de diálogo y debate erosiona su razón de existir.

Cuando las organizaciones tienen una mayoría significativa en un Congreso bicameral, como en nuestro país, es una oportunidad para pasar los proyectos de su agenda política e interés particular. Pero, al mismo tiempo, pone en evidencia a los verdaderos demócratas o el espíritu democrático de dicha organización.

Es ahí cuando cobra sentido y fuerza la idea de pesos y contrapesos. Es cuando la fiscalización y la separación de poderes se hace un imperativo insoslayable. Es propicio traer la frase de Charles Louis de Secondat, conocido como el Barón de Montesquieu, en su obra El Espíritu de las Leyes, que dice: “Toda sociedad en la que no esté establecida la garantía de los Derechos, ni determinada la separación de los poderes, carece de constitución”.

Habrá quien me quiera llamar soñador, pero, prefiero luchar por un sueño de democracia total y no resignarme a que es imposible tener un Congreso ideal.