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SIN PAÑOS TIBIOS

La juventud es más que eso

Los dirigentes veteranos decían que los jóvenes eran el futuro, cuando en realidad eran la carne de cañón con la que llenaban salones y mostraban a sus pares su poder de convocatoria.

La manera de segregar y marginar a la juventud en los partidos fue crearles organismos con el expreso fin de mantener las diferencias y contenerlos dentro de las siglas institucionales asignadas; a estos sólo les quedaba agruparse dentro de la parcela de algún dirigente y esperar las migas que caían de la mesa.

El manual manda escalar posiciones sobre la base de aprender el sutil arte de aplaudir y decir que sí; así, mientras los años pasan, los potros se van domando y en ese proceso se decantan los ímpetus. La mayoría de quienes entran al sistema genuinamente tienen ganas de cambiar el mundo, sin saber que al final el mundo los cambiará a ellos. Desde luego que hay excepciones, faltaría más, pero sólo existen para confirmar la regla.

El precio a pagar por el poder es ceder frente al poder, aunque inicialmente se lo plantean como una pequeña concesión temporal, pues están tan seguros de la pureza de su causa que piensan genuinamente que pueden burlarlo.

Probablemente esa siempre ha sido la dinámica generacional: las élites dan paso y permiten el ascenso sólo a aquellos que comulgan con ellas, de esta forma el sistema se preserva.

La prueba de fuego la dará el poder y su paso por él; cuando se es joven y se tiene la oportunidad de detentarlo, entonces se sabrá de qué estaban hechos los sueños.

El camino hacia la cima lo emprenden muchos, pero sólo quienes llegan pueden apreciar cuántos quedaron en él; los que decidieron no continuarlo o los que fueron desechados por el darwinismo. En todo caso, no importa, para quien logra llegar, el hecho de hacerlo es una confirmación de la inefabilidad de su liderazgo. Este sesgo desecha el azar como categoría histórica, construye un falso determinismo (que en un futuro potencial podría ser fatal) y refuerza la credibilidad del código interno.

En esa lógica, no debería llamar la atención la repetición de los patrones, porque salvo en procesos revolucionarios se puede hablar de cambios de comportamientos en poco tiempo. El discurso de las élites sobre la juventud es una trampa, una manera de contenerlos en lo que son domesticados. Por eso no sorprende el comportamiento de muchos de los jóvenes que manejan el poder, porque no es que muestran su verdadera naturaleza frente a él, sino que el proceso de su búsqueda implicaba –necesariamente–una anulación de los principios y valores propios y su sustitución por los que identifican al sistema estatuido.

Siempre ha sido así, y así siempre será. Entonces, no debe causar frustración, pena o desencanto ver a jóvenes estrellas implosionar y desaparecer, porque en realidad nunca lo fueron... tan sólo fueron bellas, fugaces y efímeras perseidas en el universo infinito del poder.